@BECARIA_
Becaria escribe sobre yoga, pilates, Tai Chi y el fenómeno casi sectario entorno a este tipo de entrenamientos.
En los últimos años, ha crecido el curioso fenómeno casi sectario de hacer yoga, pilates y Tai Chi en todo momento y en todo lugar. Ya hay más locales de estas actividades contemplativas para gente que cree hacer deporte sin moverse del sitio, que respira hondo y medita. Y estos deportes de culturismo para el alma van en aumento al aire libre, sin pudor en parques y glorietas, sumándose también a ellos la extendida práctica de abrazar árboles. Su crecimiento ha llevado a la formación de una verdadera burbuja de las asanas, como la de las tiendas CBD o los locales con lavadoras gigantes.
Que si una pierna por aquí, la otra por allí. Donde la caminata se considera un calentamiento, los locales de yoga y pilates te los encuentras cada vez que das una patada al aire. Son lugares con cierto halo de misticismo donde la gente se reúne para estirarse y hacer poses innecesarias, generalmente con la puerta abierta, mientras la gente pasa por delante con cara de: "¿y estos chiflados qué hacen?". Caminar se ha convertido en una actividad reservada para anormales; si no haces posturas extrañas inspirando y espirando fuerte, te has quedado fuera del sistema.
A esta burbuja también se han sumado algunos locales hípsters de coworking a los que supuestamente puedes ir para trabajar en compañía de otros extraños por un precio más bajo que el alquiler de una oficina, pero, ¡oh, sorpresa!, también incluyen sesiones de mindfulness y asanas de la pose del árbol o del perro a media mañana para sobrellevar el estrés de oficina en nuestro amado sistema capitalista, que por un lado nos agobia, y por otro intenta vendernos el movimiento zen girando los tobillos con mamarrachadas como estas.
Sin necesidad de paredes que obstruyan la plena conexión con la naturaleza, la práctica de yoga al aire libre, el meditar haciendo equilibro en una cuerda amarrada a dos árboles o directamente abrazar sus troncos, son parte de esta nueva anormalidad de las asanas. ¿Quién necesita caminar por un parque cuando puedes hacer posturas extrañas rodeado de naturaleza y polen pululando por el aire? Y cuando ya estás ahí haciendo apnea con una pierna apuntando a Boston y la otra a California, ¿por qué no recitar un mantra mientras observas una mariposa y te evades del sonido de una micción de un hombre de avanzada edad relajando la próstata a escasos metros de los árboles que luego tocará abrazar?
Curiosamente, algunos de estos encuentros se confunden con orgías de mingas descontroladas, sapo bufo y ayahuasca. Se comienzan a leer carteles de eventos Zen Tantra especificando: “Estamos siempre con ropa y no se realizan prácticas sexuales”.
Practicar asanas pueden hacer maravillas por tu flexibilidad, como si el objetivo fuese lograr practicarte sexo oral a ti misma, pero ¿realmente necesitamos ser capaces de doblarnos en posiciones imposibles para tocarnos allí donde podemos llegar con las manos? Y si estás todo el día haciendo asanas y luego mides metro sesenta, ¿para qué te sirve en el supermercado cuando necesitas coger algo de la estantería más alta? Es importante ser consciente cada cual de hasta dónde puede llegar su cuerpo, por mucho que se estire respirando. Al final y al cabo, asana no sano.