El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
RUBÉN JUSTE PUBLICA 'IBEX-35, UNA HISTORIA HERÉTICA DEL PODER EN ESPAÑA'
Uno enciende la luz, y ahí está el Ibex-35. Se va a comprar ropa, y ahí está el Ibex. Echa gasolina y ahí está el Ibex. Llama por teléfono, y ahí está el Ibex. Pilla wifi, y ahí está el Ibex. Lee los medios, y ahí está el Ibex. Respiramos Ibex, vivimos en el Ibex.
El Ibex-35 no es solo el índice bursátil que reúne a las 35 empresas españolas más potentes y que actúa a modo de indicador del estado de la economía del país. El sociólogo Rubén Juste (Toledo, 1985) desvela en su libro 'Ibex-35, una historia herética del poder en España' (Capitán Swing) la trama de poder que se esconde detrás y en cuya base están las grandes familias que cortan el bacalao desde hace 150 años.
“Estas familias son un club elitista, algo como el Club de Campo de Madrid, como la montería franquista que sale en 'La Escopeta Nacional', que influye fuertemente en nuestra vida cotidiana. El Ibex es Berlanga disfrazado de posmoderno”, dice el autor.
Algunos apellidos: los Entrecanales, los Benjumea, los Villar Mir, los Del Pino, etc. En torno a estas sagas, han montado grandes empresas que, con la connivencia de algunos políticos y a través de las famosas puertas giratorias, han conseguido influir decisivamente en la política y economía nacional.
“El Ibex-35 ha creado un paraguas que hace que no se reparta la riqueza hacia abajo, que no exista alternativa, que se devalúen las condiciones de vida. Son casi un poder medieval”, explica Juste.
No son más de 1.000 personas, en un país de más de 45 millones. La idea no es nueva: una élite que domina la política y la economía. Pero cada vez es más visible.
¿Por qué adoptaste el Ibex-35 como objeto de estudio?
Salgo de la universidad en 2009, cuando mi generación se encuentra una contradicción muy fuerte entre las expectativas y la realidad. No hay salida, la gente se tiene que ir al extranjero. Traté de buscar una explicación de lo que estaba pasando entonces. Me intrigaba mucho por qué estaban en crisis las cajas de ahorros, por qué iban a desaparecer y qué iba a suponer para la sociedad española, sobre todo en el entramado de poder. Y una cosa me fue llevando a otra. De ahí encontré la trama que va de ayuntamientos, comunidades autónomas, cajas de ahorros al Ibex-35. Era el centro de poder, aunque no se hablaba mucho de él.
En algunos grandes medios, ya hablan del término trama como sustituto de casta.
No les gusta decir que ellos son parte de la trama, lo que hacen es canalizarlo como si fuera un concepto y no una explicación sobre algo que está pasando en realidad. Dicen, de hecho, que es un concepto que tendrá poco recorrido sin decir a qué alude ese concepto en el que están metidos fondos de inversión, grandes grupos mediáticos e, incluso, se conspira para derribar a líderes de la oposición mientras se apoya a una gran coalición. Pero se empieza a hablar de ello: los jueces de la corrupción reconocen que más allá de sus casos se extienden estas relaciones más amplias.
Al leer tu libro da la impresión de que en esta trama está todo el mundo metido.
No, todo el mundo no. He sido muy receloso del término casta, que nos podía llevar a malos entendidos, porque cualquiera cabe. El término trama tiene una finalidad muy concreta. Como te decía antes, los jueces ven como sus casos de corrupción se superponen con otros. Con lo cual ese término tiene un significado concreto: en esta sociedad existe una cierta camarilla que defiende sus intereses y que está muy bien delimitada. Pero resulta difícil verla porque no se presenta en la vida cotidiana y necesitamos un mapa para entenderla. Pero ellos mismos saben que pertenecen a esa camarilla.
Entonces, ¿quiénes conforman la trama?
Van cambiando con el tiempo pero, por simplificar, son familias que controlan la tierra y las fábricas desde hace 150 años y que se han ido apoyando en el poder político para beneficiarse de una serie de exenciones de impuestos y privilegios. Cuando el PSOE recibieron el apoyo de Carlos Solchaga, no de todo el partido, por eso me gusta diferenciar. No tiene nada que ver el alcalde de un pequeño municipio andaluz con Susana Díaz que tiene incluso acuerdos firmados con presidentes del Ibex. Están bien delimitados: el PSOE de Solchaga y de Felipe González, con el PP fue un conjunto muy delimitado con José María Aznar, Esperanza Aguirre y la rama valenciana.
Me refería más bien a que esto, como explicas, pasa por encima de partidos e ideologías.
Ellos, de hecho, se entienden muy bien entre ellos. Un elemento que lo explica es la gran coalición, el pacto que hay ahora en el que se ve que no hay problema en que sean supuestos grupos antagónicos.
¿Cuál es el objetivo final que reúne a todas estas personas dispares en una trama común?
Que la propiedad no cambie nunca de manos. Que permanezca en las mismas manos y en la misma cantidad que hace 150 años. ¿Cómo se consigue eso? Nacionalizaciones, rescates, exenciones de impuestos. Esos son los mecanismos que utilizan estas grandes familias en connivencia con el poder político, en el cual ellos también han participado, porque muchos presidentes de empresas han pasado por la política. Si hablamos de Abengoa, los Benjumea, sus propietarios, han sido gobernadores del Banco de España, ministros de Hacienda, ministros de Obras Públicas, con Franco, con Primo de Rivera…
Suele decirse que, cuando a los de arriba les va bien, la riqueza se acaba permeando hacia abajo…
Precisamente lo que quieren es que no se socialice esa riqueza. Esto supone un drama que tenemos en España y que se llama paro. El desempleo no es más que una forma que tenemos de ver como la propiedad se concentra por arriba y no se socializa por abajo.
Pero la desigualdad crece en muchos otros países. ¿Hay tramas parecidas fuera de España?
No. Por ejemplo, no hay más que ver la forma en que EE UU ha abordado la crisis, allí hay empresas que han caído, como Lehman Brothers, grandes tótems del capitalismo que no ha habido problema en que cayeran. Aquí solamente una empresa, Martinsa Fadesa, y porque la cosa ya era insostenible. Nosotros somos un capitalismo muy subvencionado que hace muy difícil crear una sociedad democrática: siempre se distinguen los intereses de los grandes propietarios de los intereses de los ciudadanos.
La pieza clave de todo este entramado son los consejeros de las grandes empresas que vienen de la política, las famosas puertas giratorias.
Son estrategias. Los bancos no escogen a cualquiera, sino a alguien que alguien haya participado en el ministerio de Economía, que haya sido un alto burócrata que haya participado en la gestión del campo económico. Así tienen un know how pero también una agenda de contactos. Doble conexión que les permite, como el caso del Santander, librarse de casos muy severos. El caso de Ángel Acebes: fue seleccionado por Iberdrola por ser varias veces ministro, diputado durante varios años, saben muy bien para qué lo necesitan: conoce a todos los diputados del país, te puede conectar con cualquier administración de todo el Estado.
Así pueden ejercer su influencia.
Todos los años la Comisión Nacional del Mercado de Valores desmonta carteles que tienen que ver con sectores donde participan políticos: la construcción, la comunicación, etc, altamente concentrados y que no varían su funcionamiento.
Hay consejeros que están en varias empresas grandes… ¿no hay conflictos entre unas empresas y otras?
Eso me pregunto yo, ¿cómo puede ser que en áreas donde hay competencia como en el sector de la construcción haya empresas que compartan consejeros? Sobre todo cuando esas empresas son multadas por pactar cada año los concursos de la administración pública: a esto me presento yo, a esto tú… Se reparten el pastel. En países como EE. UU. hay medidas que evitan que pueda haber una concentración desmedida y favorecen la competencia. Porque el fin último de un sistema competitivo es ese, que haya diferentes grupos y empresas que puedan pugnar. Estos consejeros cruzados conectan todo el Ibex entre sí y permiten este reparto de la tarta.
Pedro Sánchez ha al Ibex acusado de implicarse en su caída, Podemos ha llamado a Ciudadanos el partido del Ibex… ¿Se está hablando más ahora del Ibex?
Desde el estallido de la crisis han pasado muchas cosas pero no se sabe con claridad por qué han pasado. Se culpaba a los partidos pero no sé sabía bien qué había detrás de sus acciones. Siempre se habló de la ambición individual desmedida, lo que explicaba el caso de las cajas de ahorros. Pero en los últimos años se ha empezado a ver una intencionalidad. En 2010 cuando se aprobaba la reforma laboral la grandes constructoras recibieron un caramelo de 17.000 millones de inversión en infraestructura. Ahora está hablando gente de importancia como Pedro Sánchez o incluso Dolores de Cospedal, que criticó al Ibex por querer desestabilizar a Mariano Rajoy. Se está viendo que hay empresas que favorecen determinadas políticas. ¿Quién ha ganado durante todos estos años? ¿Qué grupos de presión se están beneficiando?
¿Es siempre el Ibex monolítico?
Suelen actuar todos a una cuando se sienten muy amenazados. Pero siempre hay un grupo que ejerce el liderazgo. Antes eran las constructoras, beneficiadas por el boom inmobiliario, se hacía lo que ellas decían. Fíjate que la reforma laboral fue pedida por los presidentes de las constructoras. Ahora los que mandan son los fondos de inversión, que han condicionado el devenir de los últimos tiempos. Pero hay otros grupos, además de estos.
¿De dónde salen esas familias que controlan el panorama desde hace 150 años?
Hay de todo. Uno de los momentos cruciales es en el siglo XIX, es el matrimonio entre industriales y terratenientes. En España se dan ciertas circunstancias, no es lo mismo Andalucía, que el País Vasco o Cataluña, cada una ha vivido una evolución singular de sus empresas. Se da una mezcla entre ellas hasta consolidarse en grandes emporios que se unifican en torno a familias como los Entrecanales, los Benjumea, etc. Han ido aglutinando hasta crear grandes entramados, que no tienen que ver con los pequeños empresarios. Controlan el poder político y económico, han sido ministros y han sido propietarios.
¿Qué se puede hacer por acabar con este control?
Los políticos se tendrían que poner las pilas. El poder político debe empezar a reflexionar sobre la opacidad que tienen ciertas áreas del Estado y empezar a fiscalizarlas. Esos altos funcionarios que pasan a la empresa pública son recursos humanos que han sido creados por el Estado, en el que el Estado ha invertido, les ha formado, les ha dado todo el conocimiento, y luego pasan a manos privadas sin ser fiscalizados.
¿Qué más?
Han de cumplirse las leyes de competencia. Tenemos una industria concentrada que pacta precios, como en la electricidad o el petróleo, o las concesiones, y no tiene más consecuencia que una simple multa. ¿Por qué no se hace nada más? En EE. UU. han caído empresas como Enron. Pero en España confundimos la empresa con la propiedad. Podemos tener una empresa perfectamente puntera, como Abengoa, sin tener que rescatar constantemente a los propietarios, que son los Benjumea. Creemos que porque caiga Abengoa va a caer nuestra actividad puntera en el sector solar, pero lo que es puntero son nuestros recursos humanos. Estas familias consiguen que creamos que si ellas caen se cae la actividad. Es un poder muy místico, tenemos miedo, pero tenemos el mejor capital humano de Europa, el mejor formado, que se tiene que ir al extranjero.
¿Estuvieron estas familias implicadas en la dictadura franquista?
Desde luego, fueron ministros, pero no solo eso. También en la de Primo de Rivera, en la época de la Resturación… Controlaron el poder político como un cortijo propio. Eso les hace tener una idiosincrasia similar, se entienden entre ellos. Influyeron en la Transición, de la que todas salieron bien paradas, excepto la de Ruiz Mateos, que terminó bastante mal. Pero, por ejemplo, las grandes constructoras vienen del franquismo, y tuvieron muy buena recepción por ciertos sectores del PSOE. El poder tiene dos caras: por un lado está el Ibex 35 y por el otro lado está el Estado. Pero forman parte de la misma moneda. Un entramado que son solo unas 1.000 personas. Y en España somos más de 45 millones.