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ES COMO UN REALITY DEL DÍA A DÍA DE UN BEBÉ PERO EN BLANCO Y NEGRO

Pasé tres días enganchada a la webcam de una guardería (como hacen mis amigas mamás)

En la pantalla del ordenador de Marina hay una pequeña pantallita que muestra una imagen en blanco y negro. Una superficie clara con pequeños puntos más oscuros, seres pequeños, diminutas cabezas calvas que se balancean, ro. Es este un nuevo servicio que muchos centros infantiles ofrecen a los padres: una webcam que te ofrece conexión directa con la actividad diaria de tu hijo. Un remedo paranoide de la antigua unión umbilical, de una crianza menos del futuro, más normal.

"Soy adicta a la webcam de la guardería"Getty Images

Como muchos otros artículos de inmersión, ese "una semana" quedó desbancado enseguida por un "tres días". Porque, les aseguro, es absolutamente imposible pasar más de tres días mirando fijamente la actividad insulsa y repetitiva de un jardín de infancia, solo rota por alguna caída dramática, alguna pelea descoordinada.

A no ser, claro está, que una de las criaturas que pululan torpemente por la imagen en blanco y negro te haya salido de las entrañas. En ese sentido, entiendo que una extraña pulsión atávica, una raíz que arranca en tu útero o en tus testículos y repta por toda la ciudad hasta ese cuartito repleto de cachorros, encuentra al tuyo y se amarra fuertemente a su ombliguito, te obliga a no poder separar la vista de la pantalla del ordenador.

Carritos de bebé fuera de una guardería | Getty Images

Hay gente amable, realmente preparada, claro que sí. Con sus sonrisas y sus botes de Nenuco en las manos, parecen decirte: "No hay nada que temer. Tráenos tu huevo y nosotros te lo incubamos aquí. No, no te preocupes; no vamos a romper su cascarón".

Pero un recién nacido es un ser tan frágil, tan vulnerable, que parece imposible que alguien pueda cuidarlo con la misma dedicación y la misma aprensión que la persona que lo creó. ¿No siente el artista un temblor espantoso al entregar sus obras a un comisario? ¿Sabrá tratarlas, sabrá entenderlas, las romperá sin querer?

El sentimiento de culpa de una madre

Ese terror a un trato incorrecto, ese temor a la rotura, es el desgarro interno de Marina. "Más que el que me hizo cuando nació ya sabes dónde", puntualiza entre risas. Marina tiene 37 años, trabaja en organización de eventos, vive desde hace cuatro años con David, su pareja y padre de Gala, su hija de ocho meses. Y siente horror ante el sentimiento de estar perdiéndose momentos de su hija.

"La dejé en la guardería con cuatro meses recién cumplidos. No era nada, un cachito de carne con ojos. Me pasé todo el día llorando y secándome la leche que se me salía, encerrada en los baños del trabajo", recuerda.

Marina, como muchas otras madres, tuvo que incorporarse a su trabajo cuando terminó su permiso de maternidad, sin posibilidad de prórrogas ni medias jornadas. "Era eso o quedarme sin curro. Siempre va a haber otro que tenga más chispa que tú, o que sea más lerdo, pero que no tenga una criatura esperándole en casa", dice con tono duro.

Una guardería | Getty Images

En la pantalla del ordenador de Marina hay una pequeña pantallita que muestra una imagen en blanco y negro. Una superficie clara con pequeños puntos más oscuros, seres pequeños, diminutas cabezas calvas que se balancean, con una persona adulta yendo de uno a otro. De tanta quietud, en algunos momentos, la imagen puede parecer una foto, y no un vídeo.

Un reality en blanco y negro

Es este un nuevo servicio que muchos centros infantiles ofrecen a los padres: una conexión directa con la actividad diaria de tu hijo, unas vistas en primera línea de guardería, el lujo de mirar a tu antojo a cada momento su cabeza de pelusilla rubia defendiéndose sola frente al mundo. El contacto real queda sustituido por este remedo umbilical paranoide.

Ya no bastan la foto en el escritorio, los diminutos portarretratos en el salpicadero rogando "¡No corras, papá!". No bastan tampoco las penúltimas tendencias de enviar 'whatsapps' diarios a los padres relatando que "hoy han comido cocido, con sus fideítos y su carne.

Después de la merienda de sobaos y zumo, le hemos dado un besito a Don Cocolati, pasándolo después al compañero. ¡Qué tarde tan divertida!". Ahora tienes en tu mano un reality en el que el protagonista es tu hijo, rodeado de una decena de secundarios que te importan más bien poco.

Esa imagen escalofriante en la pantalla de Marina, con cierta estética de vídeo de Paranormal Activity, corresponde a la webcam de la guardería en la que Gala pasa 8 horas al día en compañía de otros bebés y cuatro cuidadoras. Es un buen lugar, con personas preparadas y con años de experiencia en el cuidado de bebés.

Adicta a la webcam de la guardería

Saben de primeros auxilios, tienen los reflejos de contener una caída, un golpe, un berrinche. Pero Marina vive con el corazón encogido. "Soy adicta a la webcam de la guardería", confiesa. No lo dice de forma cómica, sino con una avergonzada pesadumbre, pero firme: el verdadero tono del adicto que acude a la reunión sin querer en realidad dejar su vicio.

Marina pasa ocho horas al día espiando la webcam (espiando porque no puede ser vista por ninguno de sus jefes; eso la tiraría directamente al cubo de la basura inservible de la empresa) a intervalos de tiempo que jamás superan la media hora.

"Si estoy en una reunión, empiezo a ponerme un poco nerviosa, no lo puedo evitar. Algunas veces me llevo el portátil con alguna excusa, y abro la pantalla de la webcam muy pequeñita en un lado del ordenador", confiesa.

En los tres días que paso mirando la webcam de la guardería, aprendo a identificar a cada niño, a establecer patrones comportamiento, a agradecer la casi ausencia de movimiento, relacionándola con la tranquilidad y el "todo está bien" y a alarmarme cuando alguna cuidadora se lleva al niño demasiado rato fuera de la clase ("¿Se habrá hecho caca otra vez? ¿Será blanda? ¿Será líquida? ¿Estará malo?").

El Netflix de las madres

Intento, como si fuese Netflix quien me estuviese proporcionando estos vídeos, encariñarme con algún personaje, y casi lo hago con un chaval de unos diez meses que apila cosas. Le vaticino una gran inteligencia, quizás un poco obsesiva. Los puntos de giro de la acción son sutiles (alguna vez un bebé golpea a otro con algún objetos, y esa acción de pronto se torna trepidante).

Cuando pienso que esta serie de bebés que me estoy tragando no puede ser más aburrida, el foco de atención cambia, y empiezo a observar a las cuidadoras. Su comportamiento es más que correcto, los gestos siempre dulces y tiernos, sin ningún atisbo de desesperación, algo que me parece imposible cuando una está ocho horas al día con una jauría de críos menores de un año. Se me eriza el vello de los brazos cuando me planteo: ¿Sabrán ellas que son observadas? Claro que lo sabrán.

¿Cómo afectará a su comportamiento el saber que son espiadas segundo a segundo por una manada de madres que han tenido que arrancarse a su cachorro a los cuatro meses de haberlo empujado fuera de su cuerpo? Toda la fiereza de una loba proyectada contra cualquier movimiento amenazante que puedas realizar.

¿Y sus padres? ¿Están enganchados también?

Sé que me he saltado a los padres. Soy perfectamente consciente de que he dicho "manada de madres" y "la fuerza de una loba". Porque esta aprensión extrema parece ser, a grandes rasgos, territorio de ellas. ¿Mira el padre de Gala la webcam? No, el padre de Gala vive a muchos kilómetros de esta preocupación.

Ni siquiera conoce la contraseña para entrar. No hay nada despectivo en este dato. No hay nada despectivo tampoco en la observación de la madre obsesionada. ¿Cómo no estarlo, cuando te despojas de un apéndice y lo depositas en manos ajenas durante horas interminables?

Madres trabajando en el extrarradio que miran por la pantalla a sus bebés | Getty Images

El problema, quizás, no está en la madre que se obceca en espiar cada movimiento de su hijo a través de una webcam, sino en una sociedad que normaliza el tener una criatura para que otros la cuiden. Una criatura que, por otra parte, es única, inimitable, un objeto de lujo.

Porque los niños, actualmente, ya no son esa camada desordenada que llegaba a la vida sin ser llamada. Ahora cada uno de ellos es un preciado tesoro al que rendir pleitesía. Pequeños nobles llamados a ser jefes de todo dan alaridos y babean sentados en un suelo mullido, golpeando cubos de espuma forrados en tela, llorando por el dolor de encías que se rompen.

¿Serán mamá o papá los que vivan el momento en el que suene ese 'clin' mágico, la primera esquina del diente fuerte y blanco asomando entre la carne rosada, chocando contra una cucharilla? No, será la cuidadora de la guardería.

Mamá y papá estarán lejos, en oficinas del extrarradio, trabajando duramente. Como la madre de aquella nana triste que alentaba a un negrito a dormirse mientras su mamá sufría en el campo para traerle carne de cerdo, codornices y rica fruta.

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