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Radiografía de la educación secundaria española por un profesor recién llegado a un instituto público

De profesor de un colegio privado a dar clase en un instituto público tras aprobar las oposiciones

David lleva más de 10 años como profesor de filosofía y ética en colegios privados y concertados, sin embargo, acaba de aprobar unas oposiciones y este curso ha entrado a formar parte del profesorado de un colegio público.

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Atrás deja su último destino, un gran colegio privado en una de las zonas más exclusivas de Madrid. Ahora dará clase en un instituto público de un barrio obrero que se denomina como “centro de difícil desempeño”, donde las dificultades y los retos del alumnado cuestionan hasta lo más básico.

Os presento al nuevo profesor de filosofía y ética

De entrada David nunca soñó con ser profesor, estudió filosofía porque le apasionaba, y al acabar la carrera la desembocadura natural fue encontrar trabajo de profesor.

Desde entonces ha dado clase en un total de 10 coles, casi siempre en sustituciones. “He sido el eterno sustituto”. Su primera vez fue en privado muy chiquitito, en Pozuelo, en un barrio pudiente, con chavales de familias de clase media-alta.

“Me gusta ser profesor porque, además, creo que es una forma maravillosa de ejercer la filosofía. Ayer un alumno de primero de la ESO, uno muy tímido pero que habla muy bien, me dijo: Profesor, yo quiero hablar contigo más a menudo, porque eres filósofo, porque la gente que estudia ingeniería es ingeniero, y tu estudiaste filosofía y así que tú eres filósofo...”, recuerda David.

Barrio rico, barrio pobre

Acaba de entrar a formar parte de los docentes de un instituto público, donde ha conocido en un solo día a 250 alumnos de 11 a 18 años y a los 50 profesores que componen el claustro. Eso hace un total de más de 300 personas con los que se topará de ahora en adelante. “Entre los alumnos hay de todo: Andrea que quiere ser Médico Sin Fronteras, y alguien que sin ningún tipo apuro me dijo: si me sale mal el estudio venderé droga como mi primo”, dice David.

En último cole en el que estuvo era difícil encontrar testimonios tan radicalmente opuestos. “Era concertado, religioso, pero con una presencia muy grande del Dios Marketing, compartiendo altar con el Dios de los cielos. Esa sería la nota negativa. La positiva: que tenían una visión de la innovación educativa que a veces colabora con el Dios Marketing, y que funcionaba muy bien”.

El “Dios Marketing” implicaba llevar corbata, algo que a David le atormentaba todos los días. “Tener que llevar todos los días una corbata, camisa y americana. Es un detalle estúpido, es mera superficie, pero nada más empezar el día, salir de la ducha y vestirse como lo que tu ya sabes que no eres… dificulta dar buenos resultados. Yo creo que para ser profesor hay que ser sincero. Ahora que estoy en un centro público, me he puesto para dar clase una camiseta de los Sex Pistols, a posta, y lo disfruté mucho”, dice David mostrando una sonrisa plena que casi es un guiño. “Tan pronto supe que dejaba el colegio concertado, metí todas mis corbatas en una gran bolsa, y las doné. De eso me deshice”.

Educación Privada vs Educación Pública

David se ha sumergido en lo mejor y lo peor de ambos sistemas, y sin embargo rehuye entrar a generar críticas directas sobre ambos sistemas, no por guardar las apariencias, sino porque entra dentro de su forma de entender la educación.

“Me parece que se genera una falsa lucha entre lo concertado, lo privado y lo público. Son sistemas distintos, reglas del juego (por desgracia) distintas, en sutilezas: en la laicidad, la uniformidad, en el impacto “del mercado”. Pero creo que si eres profesor, tu realidad siempre serán los chavales, estés donde estés. Igual de real es el chaval que tengo ahora en la escuela pública, cuyos padres están en la cárcel, e igual de real el chaval cuyos padres regentan vete tu a saber qué gran negocio. El chaval es el mismo, aunque vivan en un entorno distinto. Lo importante es que en la pública atiendes a un chaval que no podría entrar en la privada, porque probablemente, más del 70% de los alumnos que tengo ahora en la escuela pública, no podrían pagar la matrícula del colegio en el que trabajaba antes”, expone David.

Dónde están las llaves de la educación

A diferencia de los centros privados, los directores de los colegios públicos son profesores, que han pasado por los mismos procesos que sus compañeros y que deben seguir dando clase. Esto les iguala, y rompe las jerarquías, más allá de detalles meramente organizativos. Además, los directores y los jefes de estudio no tienen un sueldo mucho mayor al de un profesor raso, el suplemento mensual apenas suma un 10% de su sueldo como profesor.

Todo esto hace que la relación entre docentes sea muy igualitaria. “En el colegio público, a diferencia del privado, nadie habla bajito. Nadie susurra su opinión en los pasillos. Y eso sí me ha pasado en otros centros concertados y privados. En el público se habla a cara descubierta: a los compañeros, a la directiva y a los padres. Eso hace que el ambiente general sea muy diferente”, analiza David. Además, la directiva (que son los propios profesores en un rol de gestores) se reúnen una vez al mes con los delegados de los alumnos, y escuchan sus comentarios, quejas y sugerencias, algo que está totalmente descartado en la educación privada, cuando en el mejor de los casos serían sus padres quienes se reunirían con la directiva, no como padres, sino como clientes.

“Hay dinámicas que me sorprendieron. En el otro colegio, el concertado, los profesores teníamos las llaves del aula, y abríamos y cerrábamos la clase. Y aquí, con el ambiente que se respira, son los propios alumnos los que tienen la llave del aula, en cada clase: uno es el encargado de llaves, así que son los propios alumnos los que custodian la seguridad del aula. Cuando parece que todo va en contra y que hay riesgos de seguridad, es entonces cuando a los alumnos se les concede más responsabilidad: y funciona”.

Los pasillos respiran diversidad, en el centro de David hay profesores con el pelo rosa, profesores de 60 años tremendamente cachas y alumnas que un día se presentan muy duras y al día siguiente van a clase con una camiseta de los Teleñecos, cosa que de ninguna manera podrían haber expresado en el otro colegio, con uniforme. “¿Ves? Así se genera un diálogo”, dice David.

El problema es la falta de horizonte de los alumnos desfavorecidos

Cuando naces y creces en un ambiente que no aspira más que a la supervivencia, como es el caso de los barrios humildes, los chavales no se sienten libres para soñar con un futuro mejor que el de sus padres, porque han crecido con la sensación contínua de que no han sido llamados para ocupar puestos de liderazgo, creatividad o intelectualidad.

¿Cómo no va a ser así, cuando los problemas del día a día son otros? “La semana pasada supimos del caso de un niño, que sabes que no tienen comida, te enteras y lo sabes: no es que estén pasando una mala época económica, es que en su casa no entra comida. Y por suerte lo conoces, porque por suerte el niño va al colegio”, explica David.

En el otro colegio David se encontraba alumnos, de una clase media-alta, que fácilmente se consideraban lectores ávidos, grandes aficionados al cine que aspiran a trabajar en la industria, e incluso alguien que confiaba plenamente en poder ser cosmonauta algún día, porque el horizonte de expectativas en este entorno es mucho más amplio, porque se les nutre y se les anima a que apunten alto, y eso les da madurez. “Es como comer, qué hace el cuerpo más fuerte”, afirma.

“En el instituto público, hay alumnos brillantes, hay alumnos que leen muchísimo, y que quieren hacer medicina, pero hay otro tipo de madurez. No sé cómo reaccionaría los alumnos brillantes del concertado-privado si tuvieran que pasar por los apuros y por las situaciones extremas de los alumnos del centro público de una zona muy humilde, y si seguirán teniendo el objetivo vital y de futuro profesional tan claro”, razona David.

En la zona donde está destinado David abundan alumnos de etnia gitana. Esto no representa ningún problema, de hecho están plenamente integrados en el centro pese a que tienen peculiaridades que en algunas ocasiones asocian ellos mismos a las Leyes Gitanas o al hecho de que procesen una religión evangélica.

“El otro día hablé con una chica de etnia gitana, que tenía un nivel de expectativa muy alto, de manera comparativa. Su hermana tiene 15 años, está casada y tiene un hijo, y ella tiene 11 y tiene muy claro que quiere hacer algo más, que quiere ser peluquera. Ante un nivel de expectativa tan corto, para ella este salto es inmenso”.

La ética es una asignatura del demonio

Una de las alumnas de etnia gitana de David se llama R, y para él es un reto constante, porque se muestra rebelde y le reta continuamente a demostrar qué tiene de útil su asignatura, la ética. “Primero no quería entrar a clase porque según su madre mi asignatura, valores éticos, es una clase de demonios”, explica David. R no va a religión, porque ellos son evangélicos, pero a la vez consideran que “valores éticos” es lo contrario a religión y tal vez es incluso peor que la religión católica...

Pero, según David, en el otro extremo: el del colegio concertado-privado de una zona pudiente, también se ve una relación precaria entre padres e hijos que desdibuja el ejemplo que deberían suponer seguir la senda profesional o de estilo de vida de los padres. “En el otro centro también tenía alumnos sin ningún horizonte de expectativa, porque lo tenían todo dado y a la vez no tenían apenas relación con sus padres, solo con sus cuidadoras, que a la larga no proponen o dan ejemplos de proyecto de vida en el que se puedan ver representados, porque esa no es la tarea de la cuidadora” razona David.

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