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LECTURA EN LA INTIMIDAD

¿Qué leen los escritores en el WC?

¿Qué leen los escritores en la intimidad de su WC, cuando nadie les ve? Aquí una buena muestra de autores contemporáneos españoles (Esther García Llovet, Camilo de Ory, Mercedes Cebrián, Carlos Pardo, Elvira Navarro, Sergio del Molino, Manuel Astur, Guillermo Aguirre y Ainhoa Rebolledo) confiesan sus lecturas de cuarto de baño. De Karl Marx a libros para dummies, de la poesía al novelón, del casual smartphone a la verdadera biblioteca. Sin olvidarnos de los supositorios.

El smartphone ha sustituido a los botes de champú, pero hay vida más allá. D.R.

Es sabido que el cuarto de baño es lugar muy adecuado para cumplir con nuestras necesidades… culturales. Por ejemplo, el alicatado de las paredes en conjunción con la privacidad y un ambiente cargado de vapor de agua, crea la situación perfecta para ensayar nuestras habilidades cantoras. Asimismo, el silencio, la tranquilidad de esos momentos sentados en el inodoro proporcionan la capacidad de concentración necesaria que, si bien fugaz, nos permite sumergirnos en la lectura con profundidad y eficacia, alejados de los martilleantes estímulos del mundo exterior.

Esther García Llovet

Una vez leí que Julian Barnes tiene libros de cocina en el cuarto de baño y me pareció muy consecuente. Yo prefiero cosas cortas como fanzines de Mireia Pérez o de Puchalski o los libros estos amarillos para tontos. Tengo el de Fotografía digital para Dummies y el de Póker para Dummies. También leo el prospecto del supositorio Rovi. Para no liarme.

La última novela de Esther García Llovet (Málaga, 1963) es Cómo dejar de escribir (Anagrama).

Camilo de Ory

Creo que la lectura de baño debe ser autoconclusiva, como el acto al que acompaña, para evitar que se generen dinámicas recurrentes. Por eso géneros como la poesía y el aforismo tienen tanta presencia en los excusados de Occidente y por extensión en el mío. La paulatina digitalización de las revistas literarias y la prensa diaria las ha sacado del juego, pero en ese rincón de casa sigue habiendo revistas convencionales y tebeos. Antes de vivir en pareja, solía compartir piso, así que si encuentro en el baño algo del género erótico me he acostumbrado a no tocarlo. Si hay que descender a lo concreto y dar nombres, daré el de Ezra Pound. Creo que en Pound hay las proporciones justas de gravedad, ligereza y encanto nonsense para adecuarse al lugar y a la situación.

El último libro de Camilo de Ory (Segovia, 1970) es la novela Osos en bicicleta (Boîte en Carton)

Mercedes Cebrián

La sola idea de imaginar una pequeña o gran biblioteca en mi cuarto de baño me resulta aberrante. Cualquier profesional del libro sabe que la humedad generada por el vapor de agua perjudica el papel, sin mencionar los olores que seguramente impregnen esas páginas. Por todo ello, si en algún momento llevo material para leer al baño, va a ser siempre una revista o periódico, ambos de carácter más perecedero. Creo que jamás ha entrado un libro en mi baño o, de haberlo hecho, ha sido sin mi permiso; lo considero equivalente a dejar un plato de lentejas o una tortilla de patatas sobre la encimera del lavabo: igual de antihigiénico y doloroso de ver. El Kindle, en cambio, me resulta más apropiado para ese tipo de recinto. Para algo tenía que servir el libro electrónico.

El último libro de Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) es el poemario Malgastar (La Bella Varsovia)

Carlos Pardo

Hay toda una poética de los cuartos de baño. Peter Handke les dedicó un precioso Ensayo sobre el lugar silencioso. Tanizaki, en las mejores páginas de Elogio de la sombra, dice que los poetas del haiku componían preferentemente en la caseta de baño (en los baños separados del Japón tradicional). Son lugares escatológicos en un cambio sentido: las heces te ponen en contacto con la trascendencia. Con el todo. Con lo evanescente y pasajero, a la vez que nos anclan en la tierra. Claro, ni Handke ni Tanizaki hablan de los ortopédicos baños alicatados, brillantes y como avergonzados de nuestros días, de nuestro día a día. Yo no leo en el baño. Creo que me deprime leer en el baño. Tengo un amigo que se leyó Crimen y castigo en el baño, claro que también fumaba. Siempre he sospechado que su castigo serían las hemorroides. Eso sí, siempre me llevo un libro, pero no para leer. Los elijo por el título. También creo que existe un género literario propio: el de los títulos que pegan para ir al baño por su literalidad. Por ejemplo: El proceso, La metamorfosis y La condena ganan por goleada. Quizá también sugiera algo La montaña mágica. Y por supuesto La peste. Creo que La peste no debe faltar en ningún baño.

La última obra de Carlos Pardo (Madrid, 1975) es el poemario Los allanadores (Pre-Textos).

Elvira Navarro

Cuando me doy un baño me llevo el libro que esté leyendo, así que ahí no hay cambios. Cosa distinta es la taza del váter, donde no puedo estar mucho tiempo sin que se me duerman las piernas. Entonces hecho mano del móvil para leer alguna noticia o artículo que alguien haya posteado y me haya abierto el apetito lector. A veces me llevo alguno de los libros que me mandan las editoriales y los cato. Los mejores son los libros cajón de sastre: aquellos que son recopilaciones de artículos y otro tipo de textos sueltos de algún autor o autora. El último gran libro cajón de sastre con el que me he topado es el de Prosas reunidas, de Wislawa Szymborska. Inteligentísimo y divertido. De lo mejor para disfrutar entre azulejos.

La última novela de Elvira Navarro (Huelva, 1978) es Los últimos días de Adelaida García Morales (Mondadori).

Sergio del Molino

Varias veces he pensado montar una estantería para libros en el wc, lugar de lectura donde he vivido epifanías inconfesables. Desde siempre: me saqué la selectividad estudiando en el váter. Al principio buscaba lecturas livianas, como cómics (por ejemplo, todo Jodorowsky, empezando por El Incal). He leído mucho cómic en el baño, pero también filosofía y ensayo (Karl Marx es una buena lectura,, no El Capital, pero sí el 18 Brumario). Mi principal problema es que acumulo volúmenes sobre la cisterna y se acaban cayendo. Mi hijo ha arruinado algunos libros jugando con agua en el lavabo. Son riesgos que el lector de wc debe asumir. Leer en el baño desacraliza la cultura de ceja alta. La solemnidad se esfuma, lo sublime desaparece entre flatulencias. Leer en el wc es una obligación estética y moral.

La última de Sergio del Molino (Madrid, 1979) es el ensayo La España vacía (Turner).

Manuel Astur

La verdad es que no suelo leer en el baño. Junto con la meditación, la juerga y el paseo, y la ducha, por motivos obvios, es uno de los pocos momentos en los que no leo ni escribo. Pero no siempre ha sido así. En el cuarto de baño de mi casa familiar, a pesar de que tal vez es el único lugar sin estanterías ni pilas de libros, mi padre, que es el mayor y más sabio lector que conozco, siempre tiene un único libro en el alfeizar de la ventana. Normalmente, este libro es una obra maestra clásica y de muchas páginas que permanece en el baño durante años, hasta que por fin lo termina. Recuerdo con especial cariño haberme leído de este modo fragmentado las Memorias de ultratumba de Chateaubriand y el Tristam Shandy, cosa que estoy seguro le habría gustado mucho a Sterne. Desde hace unos meses, el puesto ha sido ocupado por La naturaleza de las cosas, de Lucrecio. Pero claro, ya sólo puedo leerlo cuando voy de visita.

La última obra de Manuel Astur (Grado, Asturias, 1980) es el ensayo emocional Seré un anciano hermoso en un gran país (Sílex).

Guillermo Aguirre

Entre mis ideas peregrinas siempre estuvo la de montar una editorial de retrete. Su nombre sería “Neceser de baño” y recogería los grandes hitos de ese género literario que yo llamo de colon e intestino, y que recorre de manera trasversal otros tantos géneros mejor señalados por la crítica. Sería una editorial con las cubiertas plastificadas, que guardara el contenido de los malignos vapores de la ducha. Su catálogo incluiría algunos de mis clásicos de aseo, que llevo de una casa a otra en mis mudanzas metidos en su balda de pino de tres pisos. Para las mañanas, tras el cigarro y el café, cuando suele oprimir una suelta necesidad, se hacen necesarias lecturas rápidas y limpias, efectivas y sintéticas: Cualquiera de los múltiples libros de aforismos de Cioran son grandes opciones, también lo son Los crímenes ejemplares de Max Aub. Otras y muy diferentes son las deposiciones de digestión pesada, bien porque uno necesite un rato de reclusión frente a algún molesto visitante, o bien porque la necesidad de estómago sea real, mas alargada y densa. En este bloque las columnas o las crónicas son pura necesidad y tienen la métrica adecuada.

Buenos son los libros de Camba, entre ellos yo propongo La ciudad automática, con sus columnas escritas desde Nueva York, aunque en su rotación también han pasado por mi baño Jabois con Irse a Madrid, o las crónicas y los artículos de costumbres de Larra. Para la ira estomacal desatada sólo puedo poner en el catálogo el gran libelo de Saura Contra el Guernica, pura diarrea verbal, rayos y centellas. Para el estreñimiento y sus pausas filosóficas bueno es De la naturaleza de Lucrecio, y la Biblia misma, que es indispensable para la desnudez de cuerpo y nalga, que no de alma.

Cuando el día acaba están cansados el orto y la mente y el hombre necesita de imaginación y de cuentos que aligeren la carga. Indispensable es el primer y el segundo volumen de El círculo de los mentirosos, de Carrière, que reúne fábulas de hoy, ayer y siempre, desde los moros a los hinduistas a los judíos y tantos otros: es esto puro divertimento, insólita defecación multicultural cargada de sabiduría. Vale también en la nocturnidad el particular bestiario de Ferrer Lerín o algo de poesía, aunque aquí promulgo huir de aquellas Trilcianas “islas que van quedando” (por la clara o no similitud con el propio arte de defecar) y apuesto por cosas más claras y limpias: bueno es Yeats, Auden y Cummings, que en relación con el baño y la postura, ya dijo aquello de :”un político es un culo / en el que se ha sentado todo el mundo salvo un hombre”, aunque Machado también nos vale, por aquella épica y clara frase de retrete, que rezaba aquello de "yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas".

La última novela de Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) es El cielo que nos tienes prometido (Demipage).

Ainhoa Rebolledo

Normalmente resuelvo ese trance con prisa, con salero, con mucho flow; pero si la cosa se alarga (retortijones, dos whopper con queso, aburrimiento, etc.) siempre necesito leer algo. Casi siempre miro Tinder o stalkeo algo que no debo pero a veces consigo leer en mi WC de confianza (el mío) algo de literatura: siempre libros para niños o poesía (géneros menores, perfectos para hacer aguas menores) como El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza de Werner Holzwarth o el Peleando a la contra de Bukowski, que es muy gordo de peso y ligerito de leer, así que lo puedo ir cogiendo y dejando según el estado de mi intestino delgado. Personalmente, no recomiendo leer literatura buena tipo Crimen y castigo o El Día del Watusi en el baño porque son libros muy largos y te pueden salir almorranas. Como decía, en el baño mejor siempre poesías.

La última obra de Ainhoa Rebolledo (Santiago de Compostela, 1987) es Gornú (Isla Siltolá).

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