@BECARIA_
Becaria habla sobre Freud, las mujeres y la envidia del pene.
Ya dijo el famoso psiquiatra Freud que la excelsa habilidad de las mujeres es envidiar el pene del macho humano porque deseamos el poder del portador; relacionamos la autoridad con la posesión de un colgajo. La ausencia de un miembro viril en nuestro cuerpo hace que nos sintamos castradas, lo que no especifica el prestigioso psicoanalista cocainómano es si el pene que envidiamos tira a más grande, ande o no ande, o a más pequeño.
La envidia del pene en la empresa
La empresa es uno de los ámbitos donde las mujeres ansiamos ser hombres para ostentar altos puestos a los que no podemos llegar con tacones. La feminidad se contrapone a nuestro sentimiento de castración, queremos seguir fieles a nuestro rol, pero a la vez nos gustaría cambiar el cojín de la silla por unos testículos mullidos como una anaconda enroscada antes de dormir. El género es un conflicto constante entre el ser, el parecer y el verdadero querer. Nos obsesionamos con desear romper techos de cristal con miles de teorías de la opresión femenina y lazos morados, pudiendo hacerlos añicos con ambición, seguridad, competitividad, virilidad, la voz grave y DNI de santo varón.
La envidia del pene en la literatura
Todas lo criticamos, pero en el fondo, casi todas queremos ser Don Arturo, Pérez Reverte para los amigos. Un Don Arturo de verdad no usa la Wikipedia, tiene 33.000 libros de papel y nos sujeta la puerta en un presunto arrebato de caballerosidad, pero lo que le interesa es mirarnos el culo. La cultura y la lascivia dieciochesca pueden ir perfectamente de la mano, o de lo que surja y se pueda. Critica el lenguaje inclusivo desde su sillón donde reposa cómodamente sobre la base de sus testículos, pero en realidad envidiamos su mirada rimando con su sonrisa torcida adornada con la barba blanca y recortada de senecto picarón. El resto de debates feministas son excusas; nunca podremos estar a su altura porque él porta un pene como una catedral y nosotras no, Don Arturo siempre tiene la razón en el periódico y en la literatura.
La envidia del pene en el deporte
Tener cimbel es sinónimo de fuerza, de velocidad, de competitividad, de estar en primera y no tener que añadir "masculino" a ninguna especialidad para que seas tomado en serio y valorado sin condimentos, sin flojeras ni discriminaciones positivas. El pene es el pasaporte al éxito; el pene equivale a sueldos desorbitados sin miradas por encima del hombro, sin paternalismos ni condescendencias, sueldos inalcanzables si eres igual de buena siendo mujer, pero se te ha olvidado nacer con un rabo entre las piernas. Haberte esforzado más por no nacer biológicamente hembra.
La envidia del pene en la cama
Las mujeres somos hombres cishetero incompletos que ansiamos el momento de la cohabitación para llenar nuestro vacío con el apéndice del cónyuge masculino. En este momento de locura transitoria nos olvidamos de nuestro clítoris porque lo verdaderamente anhelado es poseer un pene, y aunque no lo específico Freud, del tamaño de un "brazo de gitano", ese precioso cilindro que con un oportuno amasamiento es capaz de alcanzar alturas inimaginables y asomar las protuberancias venosas, a ser posible con las pelotas depiladas, lubricarse sin potingues de farmacia y echar todo su néctar con cuatro pasadas de lengua y sin apenas mirar fijamente. Porque, ¿desde cuándo se ha visto a un hombre estimularse, como algunos confunden con nosotras, el ombligo para eyacular?