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DIVORCE, LA NUEVA SERIE DE SARAH JESSICA PARKER

¿Por qué nos encantan las parejas tóxicas de las series de televisión?

Hace unas semanas el medio británico The Guardian revisaba algunas parejas tóxicas que hemos adorado en las series de televisión. El motivo era el estreno de Divorce, un dramedia que vio la luz a comienzos de octubre en la cadena HBO, con Sarah Jessica Parker (Sexo en Nueva York) como protagonista. La premisa es tan sencilla como acertada: en un arranque de emociones encontradas, Frances le confiesa a su marido, Robert, que quiere el divorcio, y así comienza su divertido tira y afloja.

Ahora sí, ahora no. Ross y Rachel son el paradigma de la relación tóxica en televisión, pero, ¿de verdad eso nos cala? T.O.

Que levanten la mano aquellos a los que el final de Friends también les pareció terrible. Y no nos referimos a la madurez o a la independencia, sino al hecho de que Rachel renunciara a su sueño de trabajar en París para quedarse en Nueva York con Ross. Aunque si tenemos en cuenta el historial tormentoso de la pareja, no resultó nada sorprendente. Friends fue una gran comedia generacional, que ha marcado la pantalla de las últimas décadas, pero también forma parte de esas que intentaron reflejar los pormenores románticos a través de la idealización del conflicto y la incomprensión. La televisión puede actuar de dos maneras, como representación de la realidad y como inspiración de lo ideal, y Friends se definió aquí como un ejemplo algo malsano.

Pero, ¿cómo se establece ese movimiento? ¿Cuándo se convierte el reflejo realista en pedagogía sentimental? ¿Y si se empieza a dar por hecho que el modelo emocional crudo es el común y correcto? Algo similar se planteaban hace unas semanas en el medio británico The Guardian, en un artículo que revisaba algunas parejas tóxicas que hemos adorado en las series de televisión. El motivo era el estreno de Divorce, un dramedia que vio la luz a comienzos de octubre en la cadena HBO, con Sarah Jessica Parker (Sexo en Nueva York) como protagonista. La premisa es tan sencilla como acertada: en un arranque de emociones encontradas, Frances le confiesa a su marido, Robert, que quiere el divorcio, y así comienza su divertido tira y afloja.

La comedia como terapia generacional

Divorce se une así a una tendencia creativa de los últimos años, las teleseries de formato indie que navegan con libertad entre lo cómico y lo realista y duro. Hablar de ficciones como Louie y Girls puede sonar a obviedad, pero son dos de las que reinauguraron esa fórmula para la tele actual. No en vano la creadora de Divorce es Sharon Horgan, una cómica y guionista británica que produjo y protagonizó la serie Catastrophe, de 2015, revolución de la comedia romántica por su manera de diseccionar la pareja moderna sin perder el humor por el camino. Sharon y Rob, protagonistas de Catastrophe, son una versión algo más joven de Frances y Robert, los de Divorce; donde la primera era absurda y entrañable, la segunda es más ácida y un tanto cruel.

Con parejas como estas dos, que nos enganchan a pesar de no ser ni mucho menos perfectas, la televisión ha cobrado un estimulante carisma terapéutico a lo Woody Allen. Idilios como el de Hannah y Adam, de Girls, la gran serie millennial de Lena Dunham, o Gus y Mickey en Love, de Judd Apatow, que parece inofensiva pero tiene un mensaje brutal, nos sirven como reflejo generacional para identificarnos, y también como catarsis de nuestros momentos personales más chungos. En el apartado de drama, la ficción que mejor lo representa es The Affair, que lanzó recientemente su tercera entrega (en España la emite Movistar+): protagonizada por dos matrimonios en crisis, nos alerta sobre la mochila emocional y la malsana herencia romántica.

Ross y Rachel, el ejemplo paradigmático

Ese terreno, el de la 'romantización' de la dependencia emocional y el tormento amoroso, es uno que las series nunca deberían transitar, y mucho menos en nuestra era, cuando conceptos como relación o familia han cambiado por completo. Durante años, las parejas más populares de las series de televisión han sufrido las reglas de un género romántico mal entendido, y han sido incluso tan queridas por eso mismo. El caso paradigmático son Ross y Rachel, de Friends, que nos hizo creer, como comentábamos antes, que el sufrimiento es un peaje necesario en el amor común. ¿A alguien le sigue pareciendo bonito que Rachel abandonara su sueño profesional en Paris por una relación incierta? Preguntad a cualquier fan y os sorprenderéis.

Pero no hace falta rebobinar hasta series tan antiguas. ¿Conocéis la relación entre Olivia Pope y Fitz Grant, de Scandal, o la de los protagonistas de The Catch, ambas de la aclamada autora Shonda Rhimes? En ellas se premia el sacrificio, la desconfianza y hasta la traición, no como un motivo creativo a explorar (la televisión tampoco ha de ser blanca), sino como imprescindible romántico. ¿Os animaríais a hacer ese ejercicio de análisis? ¿En cuántas series los personajes renuncian a sus sueños, incluso a su forma de ser, por un final feliz amoroso? Son justamente las parejas televisivas que exploran sin miedo sus vicios, de Catastrophe a Divorce, de Girls a Love, las que nos funcionan como moraleja. Y Ross y Rachel que se queden solo para el chiste.

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