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MIOPÍAS DEL FEMINISMO HEGEMÓNICO
Tengo motivos suficientes para ser una mala feminista y ninguna intención de renegar de mi reputación.
Me gusta llevar tacón y labial rojo. Después de casi diez años, he vuelto a pasar por unos de esos gabinetes de belleza y me he depilado (profesionalmente) el coño. O sea, que la depilación es mi propio burka occidental.
La copa menstrual no se adapta a las paredes de mi vagina y en mi trabajo dispongo de poca intimidad para vaciarla. Así que uso Tampax Compact y asumo el riesgo de sufrir el Síndrome del Shock Tóxico. Me gusta el porno mainstream: mi deseo se identifica con las fantasías de dominación masculina. No me perturba la ficción sino la censura, la precariedad de las actrices y la ausencia de consentimiento.
Fui violada y tanto antes como después recurro para masturbarme a la fantasía de la violación. Pero estuve en terapia por otra razón: la bulimia. Conozco los efectos del Prozac, la frialdad de los psiquiátricos y la felicidad de superar con éxito una terapia. No me subestimes: soy una mujer, no una eterna víctima.
Me aburre el sexo vainilla y creo que la prostitución es un trabajo digno, que necesita ejercerse en mejores condiciones, con derechos y entregando los micrófonos a sus protagonistas. Soy bisexual, pero la mayoría de mis experiencias sexo-afectivas han sido con tíos.
Me persigue la presunción de heterosexualidad y el drama, sobre todo si recordamos que para un sector del feminismo los hombres son “violadores en potencia”. Lo reconozco con dignidad e irreverencia: estoy jodiendo con el enemigo. No quiero ser madre biológica y entre los perros y los gatos, yo siempre prefiero escribir un tuit a favor de una gestación subrogada garantista.
Me contoneo al ritmo de las letras groseras y misóginas de Robin Thicke, pero quien excita mi cerebro es Nacho Vegas, The Cure y Calle 13. Mis diosas hacen política local, putona y doméstica, entre ellas están mis amigas latinas, las travestis migrantes del polígono y por supuesto, mi madre. No me gustan los príncipes y sin embargo, sueño con un mundo en el que no se mire con asco o se tilde de “patología” que Iván quiera vestirse de princesa.
Elegí ser feminista para sobrevivir y creí que esto sería un espacio seguro, que la violencia estaba fuera, que nadie me haría un examen sobre mi identidad o salud mental… por tener puntos de vista diferentes o una sexualidad no normativa.
Me traicionó la ingenuidad o un sobre-exceso de ilusión, ¡joder, las revoluciones son tan emocionantes! Del dolor y del rechazo, extraje varias lecciones:
1.- El feminismo y las feministas son cuestiones diferentes
2.- Autoproclamarte como feminista no te hace mejor persona si tus actitudes y conductas siguen siendo misóginas hacia otras mujeres y diversidades sexuales
3.- Hay mucha gente estúpida en el feminismo porque, ¡la gente estúpida es humana!
4.- Es imposible ser coherente y consecuente todo el rato, o lo que es lo mismo, sabemos que Amancio Ortega jamás será nuestro colega y que tenemos un sueldo de mierda, pero Inditex es una tentación en calidad y precio.
Con esto no quiero decirte que rechace el feminismo o que mi feminismo sea de “quita y pon”. Ni estoy alienada ni me ha abducido la teoría liberal. Creo en la igualdad de oportunidades, derechos y libertades entre los géneros/sexos. Creo que, desde lo personal y lo político, desde lo íntimo y lo profesional, debemos trabajar desde diferentes ámbitos para acabar con la violencia machista…
El feminismo no es una guerra contra los hombres, es una guerra contra el machismo y la desigualdad. Lo que señalo son las miopías del feminismo hegemónico; es decir, de ese elenco de mujeres elitistas, blancas y con currículo universitario, que desde lo institucional y muy bien posicionadas en medios, hacen del feminismo un cotarro, una especie de club privado.
Lo hacen imponiendo una lectura exclusiva del movimiento y sus agentes, un posicionamiento ante ciertos temas único y silenciando o demonizando las voces disidentes. Muchas chicas jóvenes compran este feminismo hegemónico sin considerar que existen otras corrientes y posturas, a cambio de pactos de “sororidad” o embaucadas por el paternalismo de las vacas sagradas.
Bajo los criterios que establece el feminismo hegemónico, nunca seré una feminista perfecta ni ejemplar. Ante los dogmas, el autoritarismo y el –ismo de axiomas incuestionables, yo prefiero el pensamiento plural, colectivo, abierto, incorrecto, decolonial y en constante revisión y movimiento.
Por tanto, me reconozco como una feminista crítica y disidente, es decir, como una mala feminista. Sé que el feminismo no es una panacea, pero me ha ayudado a entender quién soy, a creer que mi vida importa, a reconocer mis contradicciones, a crear redes con otras compañeras y colectivos…
Así que, por todo esto, reivindico mi derecho a ser mala para construir un mundo mejor.