El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
Hablamos con Guillem Martínez y Guillermo Zapata
La Cultura de la Transición (la llamaremos CT por abreviar y por hacer el concepto más simpático) fue definida como un tapón. Imaginen una bañera que no desagua y en la que nos seguimos duchando día a día. Imaginen cómo está ese agua. Imaginen que llega Desatranques Jaén. Imaginen que Desatranques Jaén no es una empresa sino una idea: la idea de disolver el tapón que supone la CT pero desde dentro de la CT (buceando en sus aguas turbias) y haciendo un meme de ello. Imaginen, por tanto, que nada cambia, aunque todo sea más divertido. Imaginen, finalmente, que no nos acaba haciendo tanta gracia.
Guillem Martínez, la persona que acuñó el término CT y explicó sus mecanismos en un libro colectivo del año 2012 titulado ‘CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española’, tenía la esperanza de que la CT muriera de risa. No ha sido así, aunque agonizando sí está. “Lo sabemos porque el Estado ya no confía en la cultura, es decir, el complejo armamentístico de medios y autores para crear cohesión social confía más en el código penal”, explica hoy este periodista.
Ese tapón cultural que fue la Cultura de la Transición es un paradigma que durante cuatro décadas ha sido hegemónico en España y ha pringado de sus propios intereses políticos cualquier cosa que podamos llamar cultura del 75 en adelante: novelas, artículos periodísticos, gestión de los derechos de autor, películas, lo que sea. Lo interesante de evaluar estos años a la luz de la definición de CT (o de la certeza de que existe), es que mecanismos que antes nos parecían invisibles, ahora se revelan y sirven para explicar porqué hemos nadado en un caldo cultural sin conflicto, de consenso, de lecturas coincidentes cuyo objetivo siempre es no desestabilizar.
Aquí va un ejemplo de CT, un detalle, para que quede más claro: en los años 90, con el auge de la escena musical independiente, los actores principales de este movimiento (sellos discográficos con a lo sumo cuatro o cinco trabajadores; músicos no profesionalizados, pero que querían estarlo; y un público creciente) emitieron un mensaje terco hacia la crítica: no nos torpedeéis que, si no, no creceremos. Y, tras un breve amago de hacer el trabajo que les había traído hasta las páginas de las revistas, los críticos musicales les concedieron lo que pedían. ¡Todo sea por la escena!
En el seminal libro de Martínez sobre la CT, Guillermo Zapata recibió el encargo de realizar un capítulo sobre un caso de éxito “no CT”: el 15M. En aquel momento, la biografía de Zapata era la de un guionista de televisión, un director de cortometrajes impresionantemente exitosos en YouTube y un columnista lúcido. Todavía no se había metido en política y no había pasado un año desde el 15M.
“El éxito del modelo cultural 15M es también el éxito de quien se resiste a tomarse demasiado en serio, por serios que sean sus objetivos y profundo su ‘proyecto’ (o proyectos). Ese ‘no tomarse en serio’ desespera profundamente a la CT, cuyo valor de cohesión fundamental es considerar que sin ella no hay otra realidad posible”, escribió entonces.
Echando la vista atrás, “el consenso de la Cultura de la Transición se quebró el 15M”, dice Guillermo Zapata siete años después, pocos días después de concluir su etapa como concejal en el Ayuntamiento de Madrid. Pero esa ruptura está intentando recomponerse. Se intenta “volver a lo que había”. El poder empuja fuerte para “retomar la autonomía de lo político”, quiere “una buena representación y un papel de espectador social para la ciudadanía”.
Como si el 15M no hubiera pasado. Pero no va a ser tan sencillo, pues hay nuevos desafíos que llegan del mundo exterior a los partidos y que se lo van a poner chungo, como “la crisis ambiental, la cuestión feminista y la cuestión territorial”. También desde dentro del propio universo de partidos surgen resistencias o “destellos” o “dinámicas políticas anómalas”, como lo llama Zapata: “Más Madrid, Adelante Andalucía, la resistencia de Barcelona en Comú a la presión procesista” e incluso que “no se consiga subalternizar por completo a Podemos”.
Pero, incluso en esta situación de recomposición que estamos viviendo, lo que sea que pase “no será ‘volver a lo mismo’, sino un consenso con elementos nuevos”. Unos consensos nuevos que intentan fraguarse pero que no acaban de cuajar porque “las diversas crisis económicas, políticas y territoriales no se han cerrado y el reparto de funciones sociales y culturales no está asumido colectivamente”. Hay tres frentes políticos abiertos: el del juego entre las tres derechas, el del PSOE queriendo recuperar su viejo traje más de encarnación del Estado que de partido político, y el del independentismo enredado en el “procesismo”.
“Entiendo que la cultura tutelada por el Estado es un producto político del Estado, un invento del Gobierno, como lo llamaba Rafael Sánchez Ferlosio”, explica Guillem Martínez. “El reto es que las nuevas izquierdas pasen de ese invento. Pasen de, desde las instituciones, marcar canon y preferencias. Devolverle la autonomía a la cultura. Y su carácter peligroso”.
En un artículo reciente escrito por Guillem Martínez para la revista Ctxt titulado ‘La CT no es lo que era’, el periodista admitía que el paradigma que él mismo nos había enseñado a identificar, se estaba muriendo —aunque no de risa, como él esperaba— debido a que ya no había dinero para fabricar política mediante inversión cultural, por lo que se había encontrado algo más barato con lo que crear cohesión: el autoritarismo.
“En parte, la cultura ha conseguido una esfera autónoma inimaginable en 2011. El concepto de intelectual ha cambiado, el concepto de cultura, como la agenda y el perfume del Estado, ya no existe sin caer en ridículo, o exponerse a la crítica. En parte, los Gobiernos ya han renunciado a ello, y apuestan por opciones más violentas para hacer tirar aspectos que antes recaían en la cultura chachi, como la propaganda desmesurada o la participación de fiscales y reformas legales poco democráticas”.
Lo que estamos viviendo ahora, en la era postCT, es para Zapata “un periodo de transformación” en el que pasamos de una fase a otra: “hay más estabilidad que en los años anteriores pero los intentos de recomposición no funcionan del todo bien” y porque hay algunos “consensos del ciclo 15M que no son tan sencillos de deshacer”, entre ellos la ampliación democrática.
“Diría que el intento más fuerte, hoy por hoy, para recomponer [los consensos] es reordenar el eje izquierda-derecha, reordenar el eje de autonomía de lo político para que el protagonismo ciudadano desaparezca y liquidar toda anomalía orgánica”. Pero, con los resultados conseguidos en los comicios recientes, para que esto suceda “hay que asumir al cien por cien a la extrema derecha dentro del nuevo consenso”. Esto va a ser “muy difícil”.
Guillermo Zapata hace estas reflexiones después de haber sido concejal presidente de las Juntas de Distrito de Fuencarral-El Pardo y de Villaverde en Madrid durante cuatro años, y concejal del Área de Cultura durante dos días. En ‘Perfil bajo’, el político de (en aquel momento) Ahora Madrid también habla de la trayectoria del “increíble hombre bala”, él mismo: de cómo la candidatura para la alcaldía de la capital, encabezada por Manuela Carmena, ganó las elecciones y, unas pocas horas después, eran rescatados y sacados de contexto unos chistes publicados en Twitter por Zapata cuatro años atrás. Aquello provocó su dimisión como edil de Cultura.
Volvamos al agua estancada, ejerciendo presión sobre el apretado tapón de la CT y las pertinentes labores de desatranque. Los tuits de Zapata se publicaron, más o menos, por los mismos tiempos que llegó a las librerías el libro de Guillem Martínez. En él, Miqui Otero era el encargado de reflexionar sobre la CT y el humor. A él le parecía que un “humorismo violento” y sin “beneplácitos” ha crecido “en paralelo (lamentablemente, no siempre mano a mano) al activismo político del 15M, liberado del bipartidismo”, poniendo como ejemplos “chistes a miles de manos en Twitter”, la @masaenfurecida, los libros de Santiago Lorenzo, el humor de Carlo Padial, de Vengamonjas, de El Mundo Today, de Miguel Noguera, “los comentarios” de Nacho Vigalondo, “las burradas” de Pepe Colubi o “las puyas” de Kiko Amat.
Antes de terminar la legislatura, a Zapata le ha dado tiempo a escribir y publicar su primer ensayo, donde reflexiona sobre todo lo que le sucedió. Se titula ‘Perfil bajo. Libertad de expresión, ansiedad tecnológica y crisis política’ (Lengua de Trapo). En él, propone para el futuro que “la salida es la imaginación”. Una propuesta optimista que contrasta ligeramente con el final pesimista del artículo de Guillem Martínez en Ctxt, donde en lugar de apostar por una salida imprevisible, lo hacía por la retirada de la “izquierda sexy” de la cultura, para que esta pudiera seguir un camino de autonomía. “Yo supongo que Guillem y yo decimos cosas parecidas desde miradas un poco distintas.
La salida de imaginación que yo reclamo tiene más que ver con una apelación a mi propio campo político, a no encerrarnos en formas organizativas o en reivindicaciones desde la escasez (el empleo, la nación, etcétera). Yo he aprendido en este tiempo municipal sobre la importancia de las instituciones para proteger a las personas más débiles, [las instituciones] son herramientas de protección social, pero con el signo cambiado, es como un potencial perverso: máquinas de redistribuir y de producir desigualdad. Creo que Guillem confía siempre más en el poder social más difuso, menos estructurado, pero con la inteligencia suficiente para leer ese poder como una parte de algo más grande. Creo que su pesimismo y mi optimismo son parte de lo mismo o de cosas parecidas”.
Hace unas semanas, Guillem y Guillle cruzaron unos breves tuits, donde se miraban el uno al otro y cruzaban sensaciones, al vuelo, donde Zapata presentía a Martínez más pesimista que él. “Me reconozco —dice Zapata— cuando escribo en una especie de responsabilidad conmigo mismo de encontrar salidas. El pesimismo me resulta complaciente, como que no nos lo podemos permitir. Y yo mismo soy consciente de que eso hace que, en ocasiones, mi mirada pierda rigor o capacidad de análisis por eso".
"Quizás no hay tanta potencia como yo creo o como yo intento ilustrar. Creo que hay algo clave en la lucidez de los textos de Guillem, que es que explica algo del presente que permite entenderlo y hacer algo al respecto, aunque quizás parezca que no hay salida. No lo sé, son como argumentos circulares, supongo. Que no cubren la totalidad y se tienen que poner en relación para tener sentido”.
De todas formas, Guillem se ve a sí mismo como optimista. Aunque puede que no tan entusiasta como Guillermo. “Posiblemente hablamos de lo mismo”, admite Martínez, “es decir, de un anhelo. Los gobiernos mundiales pasan varios pueblos de la diversidad. Admiten la tamizada por lo correcto, que son estilizaciones de la diversidad, poco atractivas, diría. Los partidos, en España, optan, en su mayoría, por posicionamientos nacionales antidiversidad. La temen. Añoran una cultura de cohesión, que les haga el trabajo sucio, de manera que no tenga que ser tan agresivos”.
Mientras se disuelve el tapón de la CT, el líquido de la bañera se vuelve tóxico, irrespirable. Pero aquí seguimos, si acaso con mascarilla. El chiste del desatranque ya no nos hace ninguna gracia y hay algunas multas que pagar por tuits que vulneran nuevas leyes, unas jurídicas, otras morales o políticas. La Nueva Cultura todavía no se ha armado, hay algunas grietas en la bañera, pero a nadie se le escapa el olor profundo del agua empantanada.