El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
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Estamos envueltos en una especie de renacer del cine de vigilantes en el que las antiguas fantasías reaccionarias asociadas al subgénero se van esquivando, elevando la mirilla hacia el crimen organizado o proponiendo ciertas justificaciones que adecuen la entrada del vengador violento en el nuevo milenio, que ha heredado una tendencia tóxica a la revisión de la cultura en busca de culpables de otros males mayores.
Es por ello que pese a que tener un subtexto polémico van llegando películas como ‘John Wick’, e incluso se ha creado una serie Marvel entera sobre su asesino de mafiosos ‘The Punisher’, aguando mucho su sustrato ideológico, como mandan los cánones de la era de la corrección política. Pero el personaje que propone ‘En realidad nunca estuviste aquí’ no es tan cuadriculado, gracias por el tratamiento realista de la situación, aunque no deja de ser un personaje con las mismas motivaciones y problemas que el del cómic de Marvel.
Como Frank Castle, Joe es un ex militar americano, pero más que tratar de eliminar a todo el crimen organizado se convierte en un mercenario a sueldo, que va rescatando niñas secuestradas por redes de explotación sexual, armado únicamente con un martillo de dieciséis dólares. Sin embargo, el enfoque de la trama no se centra tanto en la peripecia de búsqueda y venganza como en la exploración intimista del trauma del personaje y los hechos que le han convertido en lo que es, es decir, una mala bestia brutal e infalible que tiene en la mirada de Phoenix un ticket de credibilidad ilimitado.
El estilo de Ramsay, con una edición llena de cortes y flashbacks al pasado, recuerda al de su notable ‘Tenemos que hablar de Kevin’ a la hora de hacer palpable la experiencia psicótica o depresiva, sumergiéndonos en la enfermedad con una atmósfera enrarecida y etérea, curada a fuego lento, a través de su fantasmagórica banda sonora.
La envolvente experiencia crea un trance del que sólo nos sacan los virulentos arrebatos de violencia descarnada y abruptos cortes de montaje que utiliza distintos puntos de vista de la acción para crear elipsis secuenciales que aumentan la sensación de que estamos observando el trabajo de una máquina de matar.
Sin embargo, no se glorifican sus actos sino que se nos permite adentrarnos en la vida personal de Joe en pequeños picoteos a su día a día, cuidando de su madre anciana mientras trata de controlar sus tendencias suicidas para buscar la liberación de demonios del pasado que le atormentan constantemente.
Se ha comparado ‘En realidad nunca estuviste aquí’ con ‘Taxi Driver’ por su mirada a un personaje tan conflictivo y la gesta suicida de un antihéroe sin nada que perder, liberando a chicas indefensas de las redes de prostitución. También con ‘Drive’, por su ejercicio de estilo, sus silencios y familiaridad con el cine de Nicolas Winding Refn, pero con más puntos en común con ‘Solo Dios perdona’ en su historia de venganza sobria, sangrienta y minimalista.
Más allá de sus estomagantes revelaciones sobre el tráfico sexual infantil y las tramas en altas esferas, la película brilla en pequeños momentos de belleza dentro de la suciedad, en escenas indelebles y plagadas de tristeza hecha arte visual, como la del lago, que la alejan de ser un intento de vuelta de tuerca indie de envolvente mustio y pose vacía frente a la evidente sensibilidad de la directora en los momentos más pequeños.
Como si fuera una versión oscura y a microescala de ‘El fuego de la venganza’ dirigida por el primer Altman, Ramsay ha conseguido una experiencia hipnótica y áspera que deja su huella en el hipotálamo durante días y hace difícil olvidar el hombre fracturado, de mirada perdida y cuerpo maltrecho, que compone Joaquin Phoenix.