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ENTREVISTAMOS A UNO DE LOS CATAPHILES MÁS VETERANOS DE PARÍS
Dos adolescentes fueron rescatados de las catacumbas de París. Llevaban tres días perdidos en el laberíntico cementerio, hoy un reclamo para los turistas. Allí llevan reuniéndose durante décadas los ‘cataphiles’, una especie de tribu subterránea enfrentada a un grupo policial de novela, los ‘cataflics’.
París es un queso de Gruyère. Debajo de la ciudad de los museos y las exclusivas boutiques de moda, el París del Louvre y de Colette, hay otra que parece la hermana deforme y loca a la que se ha desterrado al sótano de la casa: las catacumbas de París.
Si una goza de las luces más fabulosas del mundo, la otra es negra como el ala de un murciélago y está formada por mezquinos pasadizos repletos de calaveras y huesos, nada que ver con los amplios bulevares que trazó Haussmann en la superficie.
Pagando 12 euros en la taquilla de Denfert-Rocherau, al sur de los jardines de Luxemburgo, se pueden recorrer kilómetro y medio de estas minas, que se remontan a los tiempos de la ciudad romana. En el siglo XVIII, se convirtieron en un cementerio.
Este brazo del laberinto, sin embargo, representa solamente un 0,05% del total de los túneles. Desde 1955, acceder al resto de galerías está prohibido. Pero existen entradas secretas por todo París; pasadizos y bocas de alcantarilla demasiado tentadoras como para que los ‘flaneurs’ no hayan arriesgado los 70 euros de multa que le puede caer a uno si le pillan. Eso o la propia vida, pues es fácil perderse y acabar ahogado en un pozo de mierda.
No todos los parisinos se mueren por vestir lo último de Vetements y beber caros cócteles en Le Syndycat; los hay que todavía prefieren continuar los pasos de Baudelaire y seguir descubriendo los escondrijos de una ciudad a la que su fama parece haberle robado todos sus secretos.
Entre estos aventureros, ninguno es tan ‘underground’ como los llamados ‘cataphiles’, los amigos de las catacumbas. Para encontrarlos, basta con deambular un rato por esos túneles que hay también en internet, debajo de los memes y los gifs de gatitos. Así es como encontré a H2O, uno de los ‘cataphiles’ más veteranos de París.
“Mi primer descenso fue en en diciembre de 1991”, cuenta. “Buscaba medirme con el peligro, explorar los túneles. Desde entonces, visito las catacumbas de una a cuatro veces al mes, dependiendo de lo que se esté cociendo ahí abajo. He hecho grandes amigos debajo de París”.
Los ‘cataphiles’ celebran fiestas en las catacumbas y organizan excursiones para seguir explorando las entrañas de la ciudad. Incluso hay artistas que dan forma allí a su obra, como por ejemplo el pintor Jérôme Mesnager. Los ‘cataphiles” constituyen una comunidad pequeña, y todos se conocen. Es todo lo cosmopolita que se puede ser 20 metros debajo de las aceras.
“Bajo tierra, dice H2O, las barreras de las clases sociales desaparecen, y lo mismo puedes encontrar a un estudiante, que a un obrero o a un CEO. Personalmente, yo nunca me intereso por el nivel social o las opiniones políticas del resto de los ‘cataphiles’. Preferimos hablar de túneles y galerías”.
También de sus heridas de guerra y hazañas. Hace 20 años, H2O se rompió un codo, una rodilla y un dedo mientras exploraba las catacumbas. “Lo mismo podría haberme pasado montando en patín”, aclara. Más frecuentes que las lesiones son las veces en que los ‘cataphiles’ pierden la orientación y acaban engullidos por el laberinto.
Para evitarlo, existe un grupo de la policía parisina dedicada a vigilar y patrullar las catacumbas: los “cataflics”, que es como los ‘cataphiles’ llaman a esta fantasiosa sección policial, la única de Francia con esta misión. Son como los fantasmas del comecocos. A H2O nunca le han cazado, pero es una excepción.
Y es que tampoco las catacumbas están libres de la burocracia administrativa francesa, que castiga con 70 euros de multa a los que se salen del recorrido acotado para los turistas. Quienes persigan los secretos de París, tal vez tengan que seguir buscándolos en los poemas de Charles Baudelaire.