@BECARIA_
Becaria escribe sobre los peores tipos de turistas que existen desde los gastrónomos de batalla a los ecoturistas lowcost.
El verano y las vacaciones son momentos para relajarse, disfrutar y molestar al resto de haciendo turismo por donde, generalmente, no somos bien recibidos. Unos peores que otros, no hay nadie que pueda merecerse el calificativo de turista ejemplar porque estamos a punto de acabar con el planeta y por ahí seguimos colonizando hoyos vírgenes a los que nadie nos ha llamado. De una forma u otra, el turismo es una lacra y los turistas, cada uno en su género, unos infames, y entre los más habituales se encuentran los amantes de la gastronomía de batalla y el bebercio, el refugiado climático, el ecoturista lowcost y el cultureta cosmopolita, buscando siempre actividad y refugio a coste casi cero.
El gastrónomo de batalla
Gastrónomo, sinónimo de glotón y bebedor compulsivo, es aquel viajero de proximidad que se aventura en sus excursiones interprovinciales a descubrir la gastronomía local y todos sus brebajes etílicos. Todos en nuestros grupos de conocidos, familiares y trabajo tenemos alguno. No piensa más que en comer y beber todo lo típico y tradicional de cada lugar. Cuando desayuna, ya está planeando dónde y qué comer y cenar, su objetivo principal es llenar el buche, llevar la mochila cargada de pastillas antiácidos y protectoras de estómago, y tener un retrete siempre cerca para finalizar con las cuatro etapas del ciclo digestivo. Es un foodie del colesterol, un gourmet de ignorar qué ingredientes lleva cada menú. Evita hacerse analíticas de sangre porque sufre colesterolfobia y miedo a los marcadores hepáticos, y sus colegas le envían por WhatsApp todos los días algún video de Pantomima Full.
Ecoturismo low cost
Con el disfraz de ecologista y amigable con el medio ambiente, el turista concienciado con el cambio climático y la agenda 2030, realmente viaja barato porque no tiene un duro y adapta su economía a lo que puede: turismo de bocata, mochila y alpargata. Aunque la comida gourmet no sea parte de su itinerario, el turista ecologista low cost se consuela saboreando deliciosos bocadillos caseros basados en tranchetes de queso y jamón de pavo, y también se toma muy en serio eso de reducir la huella de carbono alquilando, como derroche de excepción, una bicicleta, lo que le da un encanto especial a la hora de subir esas cuestas empinadas mientras carga su mochila llena de pelotas de papel de aluminio, sueños y calcetines sucios, al final y al cabo, lo mismo a lo que se reduce todo tipo de turismo aquí comentado, entre las economías más achuchadas y comprimidas.
El refugiado climático
El turista que viaja por el mero hecho de huir del calor no tiene mayores inquietudes culturales, simplemente quiere saber qué se siente sin tener todo el día los sobacos sudados y poder dormir plácidamente. Madrileños, andaluces y sureños en general, fantasean con comunidades tipo Asturias y Cantabria como un somalí por un trozo de pan. También comparte aficiones con el gastrónomo de batalla, que simplemente se basan en, además de dormir fresco, comer y evacuar. Ciclo biológico satisfecho.
El cultureta cosmopolita
Este tipo de turista siempre está interesado en absorber la mayor información posible relacionada con la cultura del lugar a visitar. Saca el bono de todos los museos de la ciudad porque sale más barato y no se pierde ni uno, aunque por falta de tiempo no pueda detenerse en ninguno, acude a librerías y compra los libros típicos de "Costumbres y tradiciones de Ejea de los Caballeros" o "Todo sobre Sevilla", aunque sean ediciones desfasadas de 1995. El saber no ocupa más que todo el maletero del coche. No duerme porque la música también es cultura y siempre hay algún festival que descubrir y que sirva para amortizar la media docena de camisas con estampado hawaiano del último Tsunami Festival de Gijón, el Arenal Sound, Tomorrowland, Starlite de Marbella, Granada Sound, Horteralia de Cáceres, el Morcilla Rock de Segovia y las fiestas de San Mateo de Oviedo con tres conciertos de Melendi en una misma edición. Toda morralla es válida.
Y de todo museo, concierto, evento y lugar guarda los folletos, entradas, vasos promocionales y roba alguna taza con el nombre del bar donde ha disfrutado del menú y del café hecho de forma artesanal, y duerme en el hotel donde se ha rodado alguna película española de serie B. En ocasiones, el cultureta también tiene marcados rasgos de gastrónomo de batalla.