El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
Seis de cada 10 jóvenes españoles son miopes
1988. Perico Delgado gana el Tour de Francia. La huelga general del 14-D paraliza el país. Y España supera por primera vez los 50 millones de turistas. Ese año, éstas fueron algunas de las informaciones que coparon los titulares de los medios de comunicación. Pero no todo el mundo las leyó en los periódicos o las vio en televisión igual de bien.
Algo estaba a punto de cambiar. Aquel 1988, la oftalmóloga Marguerite McDonald realizó en EEUU la primera intervención para tratar de corregir un problema que afectaba (y sigue afectando) a millones de personas en el mundo entero: la miopía.
Alberta Cassady, una mujer de 62 años con cáncer de la órbita ocular, se ofreció voluntaria para ser sometida a una cirugía experimental. Tras la intervención, y a la vista de los resultados, las autoridades sanitarias estadounidenses autorizaron los ensayos masivos.
El resto es historia… pero no la miopía. A día de hoy, 6 de cada 10 jóvenes españoles de entre 17 y 27 años son miopes, según el informe ‘Prevalencia de la miopía en los jóvenes en España’, de la asociación Visión y Vida. Un problema que tiene diversos niveles: hasta seis dioptrías se considera miopía simple, mientras que a partir de ahí se denomina alta o magna, lo que multiplica la posibilidad de sufrir antes o después patologías oculares graves.
El problema alcanza dimensiones de pandemia a nivel mundial, en buena parte debido al aumento del tiempo que pasamos ante la pantalla del ordenador y el teléfono móvil. Según el Brien Holden Institute, en 2050 podría haber en el planeta 1.000 millones de personas ciegas.
Juanjo fue uno de los primeros españoles en someterse a una operación de cirugía para corregir su problema de miopía. Lo hizo a principios de los 90 en Francia, dado que en España la tecnología aún estaba en pañales. Tenía unos 30 años y cuatro dioptrías en cada ojo.
“Había llevado gafas desde niño”, recuerda. “La operación fue rápida e indolora. No quedó perfecto al 100%, ya que aún tengo 0,25 en un ojo, pero nunca más volví a necesitar gafas, ni siquiera para leer. Así que lo recomendaría a cualquiera”, asegura.
Lorena, de 24 años, tenía algo más: “5 dioptrías en el ojo izquierdo y 5,5 en el derecho”, cuenta. Se sometió a cirugía hace un año. “La operación fue muy bien y, aunque después me dolió, me recuperé perfectamente. Mi vida ahora es mucho más cómoda porque no tengo que estar preocupándome de las gafas, las lentillas y el líquido a todas horas. Y a largo plazo es un ahorro considerable de dinero. Creo que merece la pena la inversión y el sufrimiento”, añade.
Esa es la duda que asalta a muchos. ¿Operarse o no? Y de hacerlo, ¿a partir de cuántas dioptrías? “Si tienes menos de tres o cuatro, la cirugía es más estética que funcional”, advierte Manuel Porca, óptico-optometrista.
“De cuatro para arriba yo soy partidario de la operación. Eso sí: siempre teniendo en cuenta que hay que cumplir una serie de requisitos marcados por el cirujano: espesor corneal, calidad de lágrima, espesor de cámara anterior... Esos criterios deben ser rigurosos, y eso puede distinguir a unas clínicas de otras”.
En opinión de Porca, “a partir de cuatro dioptrías un miope tiene que renunciar a cosas. De entrada, las gafas no van a ser baratas: si quieres que te queden bien han de tener cristales reducidos para que no hagan el efecto culo de vaso y no pesen. Aparte, no podemos elegir monturas muy grandes (tan de moda actualmente) porque el efecto de las lentes es peor.
Y si después de la cirugía refractiva vuelve a aparecer miopía, no es lo mismo pagar por una gafa de una o dos dioptrías que por una de seis. Ya no digamos si es nueve o más”. Eso sí: en su opinión, prometer el final de las gafas es un fraude. “Nadie lo puede garantizar”, asegura.
Lo cierto es que no todo el mundo es partidario de pasar por el quirófano, ni siquiera en los casos más acusados: hay quien alerta de los posibles riesgos. En 2002, la profesora alicantina de francés Harmonie Botella decidió dar el paso y operarse. Comenzó entonces un auténtico calvario que casi termina en ceguera completa, y que la llevaron a escribir del libro ‘Ojos que no ven’ y a fundar, en 2004, la Asociación Española de Afectados por Intervenciones de Cirugía Refractiva (ASACIR).
Alejandro López Vila es el actual presidente de ASACIR. Su experiencia no es mucho mejor que la de Harmonie: tras operarse de miopía a los 26 años empezó su pesadilla.
“Me dejaron hipermetropía. Por las noches tengo dificultades para conducir y sufro dolor crónico, 24 horas al día: quemazón, sensación de presión…. es insoportable e inhabilitante. Tuve que dejar la carrera y quedé gravemente afectado, no sólo física sino también psicológicamente”, relata.
Según explica López Vila, existen movimientos de afectados en la mayor parte de los países europeos. “Hay muchísimos detractores de la cirugía refractiva”, cuenta. “No es una cuestión minoritaria de unos pocos afectados o, como se nos llama desde la industria, pacientes insatisfechos. Se camuflan las secuelas (cataratas prematuras, edema corneal…) como efectos secundarios. Además, el problema en nuestro país es especialmente acusado: España triplica la media de operaciones de Europa, lo que se debe a una mayor mercantilización y una falta absoluta de control que puede llevar a una auténtica epidemia de ojos enfermos en el futuro”.
En opinión del presidente de ASACIR, el 30 aniversario de la primera cirugía para corregir la miopía no es, precisamente, una efeméride a celebrar. “Aquellas primeras intervenciones fueron una auténtica carnicería”, asegura. “Casi todas las personas que se prestaron a aquella experimentación sufren ahora algún tipo de problema grave. Y nadie ha pagado por ello”, denuncia.
Así pues, ¿ninguna cirugía es recomendable? López Vila lo tiene claro: “No lo es, debido al riesgo que conlleva y el supuesto beneficio: hasta el 50% de las personas que se operan vuelve a necesitar gafas. Y ese es el menor de los problemas. Algunos estudios hablan de que hasta un 30% no puede volver a conducir de noche, y el dolor crónico producido por afecciones como el ojo seco (consecuencia del corte de los nervios de la córnea, la parte más sensible del cuerpo) es una realidad".
"Cualquier otro procedimiento quirúrgico con esa tasa de afectados no sería aprobado por ningún organismo médico”, asegura. Una realidad que se produce debido a que, en su opinión, “organismos como la Sociedad Española de Oftalmología están formados en buena parte por los mismos que defienden los intereses privados de las clínicas para las que trabajan”.