El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
"Un motociclista empezó a decirme cosas: qué rico ese culo sudado, qué ricas esas tetas grandes y sudadas"
Annie Londonderry es una de las grandes heroínas de la historia de la bicicleta. En 1894, se convirtió en la primera mujer en dar la vuelta al mundo a pedales, embolsándose así los 5.000 dólares de una apuesta que nadie pensó que ganaría. De paso, cerró la boca a los miles de hombres que se habían reído de sus ganas de cambiar el mundo a golpe de pedalada.
Hablamos de una época, finales del siglo XIX. en la que a las mujeres se las señalaba por ir en bici y alejarse así del control de sus maridos, ganando en libertad e independencia. Se las acosaba y estigmatizaba, hasta el punto de que los médicos llegaron a inventarse una enfermedad para evitar que pedalearan: la “cara de bicicleta” tenía una sintomatología clara: sequedad en la piel, tuberculosis y un peligroso aumento de la libido.
Las mujeres, pese a todo, se subieron en masa a la bici. Quizá por ello la sufragista Susan B. Anthony llegó a afirmar que la bicicleta había hecho más por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo.
Cabría pensar que las cosas han cambiado enormemente a lo largo de todo este tiempo. Y así ha sido. Sin embargo, con la creciente explosión del ciclismo urbano, en muchas de las ciudades españoles, son cada vez más las mujeres que denuncian que el omnipresente machismo sigue asomando la cabeza cuando son ellas las que se mueven a pedales.
“He perdido la cuenta de la cantidad de veces que me han silbado la canción de ‘Verano Azul’”, me cuenta Julia, ciclista madrileña que se desplaza en bicicleta a diario desde el extrarradio hasta su trabajo, en el centro de la ciudad.
“La pregunta no es si eso podría considerarse machismo, sino si esos hombres harían lo mismo con otros hombres. Todos conocemos la respuesta”.
“¿Que si he sufrido el machismo yendo en bici? Creo que cualquier mujer ciclista te respondería lo mismo”, señala contundente Mer Ventura, del colectivo zaragozano Bielas Salvajes, que organiza todo tipo actividades con el objetivo de empoderar a las mujeres a través de la bicicleta.
“Escuchar expresiones cargadas de componentes sexuales es desagradable y molesto. También nos cansamos de repetir que no necesitamos ser 'rescatadas' de forma mecánica cuando se nos presenta una dificultad. Muchos machos al rescate actúan como salvadores cuando ven a una mujer arreglando una bicicleta”. De nuevo, una actitud que “ni se plantearían si se tratase de un hombre”.
Amalia es parte del colectivo Madrid Ciclista, desde el que ha organizado talleres enfocados específicamente a mujeres. También acumula un sinfín de experiencias similares.
“Me han 'piropeado' desde los coches, o incluso algún peatón ha decidido que mi culo era admirable por algún motivo y ha decidido transmitírmelo. También es verdad que se siente más a distancia que cuando caminas por la calle: la bici te da la seguridad de que eres más rápida que nadie si quieres largarte porque no te gusta el cariz que toman los acontecimientos”, cuenta.
El paternalismo hacia las ciclistas es constante. “Nos dicen cómo tenemos que circular o que tengamos cuidado, o que nos pongamos casco, sin tener en cuenta que hemos tomado la decisión de movernos en bici y conocemos mejor qué ellos lo que implica y cuáles son nuestros derechos y obligaciones. Parece que ir en bici es más irresponsable si eres una mujer que si eres un hombre”, denuncia Amalia.
Para Mer, está claro: “Las mujeres lo tienen más difícil en cualquier ámbito, por el simple hecho de ser mujer. Se trata de una cuestión de privilegios y de una construcción mental patriarcal que engloba a toda una sociedad”. La bicicleta no es una excepción. De hecho, recuerda Amalia, la brecha de género también está presente en el ciclismo urbano.
“El porcentaje de hombres ciclistas es mayor que el de mujeres. Se trata de un problema de fondo mucho más complejo en el que hay que trabajar a nivel social”.
Pese a todo, las mujeres son optimistas respecto al futuro del ciclismo urbano en nuestro país. “Cada vez se ven más mujeres sobre sus bicicletas en las ciudades”, reivindica Mer.
“Se sienten seguras sobre ellas, las conocen y son capaces de repararlas y ser independientes y más libres con ellas. El trabajo conjunto, en el que deberíamos estar involucradas e involucrados, pasa por reconocer que debemos deconstruir nuestros estados de confort para construir una sociedad más justa para todas y todos”.
En otras latitudes, el machismo se hace notar con diferente intensidad. La colombiana Andrea María Navarrete es fundadora de Mujeres Bici-Bles, que aglutina a ciclistas de todo el continente con la bicicleta como instrumento político. Durante casi ocho meses pedaleó en solitario por países como Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú o su Colombia natal. Después viajó por otros países del mundo, como España, para contar su experiencia.
“Cuando decidí emprender mi primer viaje en bicicleta jamás pensé en los peligros y violencias a las cuales está expuesta una mujer que viaja sola”, cuenta Andrea María a Tribus Ocultas.
“Decidí viajar sin prejuicios, sin miedo, sin pensamientos negativos. Y eso fue muy poderoso, creo, para mi viaje, porque jamás me sentí acosada”.
Para Andrea, las peores experiencias no han tenido lugar recorriendo las carreteras del continente sino, precisamente, en las ciudades. “Como ciclista urbana he tenido las peores experiencias de acoso por mi ropa, por ir en bici, por sudar o por llevar escote. Es prácticamente a diario”, cuenta.
“Recuerdo una muy burda: de camino al trabajo iba por una subida bastante solitaria. Un motociclista disminuyó la velocidad y empezó a decirme cosas: qué rico ese culo sudado, qué ricas esas tetas grandes y sudadas… Horrible. Yo paré y él hizo lo mismo, diciéndome más cosas. El tipo se acabó yendo y me quedé temblando. Durante un año llevé conmigo un gas pimienta, hasta que me di cuenta de que no sería capaz de rociar con él a nadie”.
Aunque el machismo no entiende de nacionalidades, Andrea María ha notado diferencias sustanciales entre Latinoamérica y Europa. “Sí: España es machista, aunque de forma distinta”, relata.
“En Colombia los hombres son más violentos; en España el machismo es más privado. Lo sabes cuando hablas con las mujeres, pero no lo ves en las calles, el trabajo o la universidad. España es machista también en sus organizaciones ciclistas: no es fácil encontrar colectivos liderados por mujeres u organizaciones mixtas pro bici con una mujer al frente. Pero algo que sí tiene mayor fuerza en España es la lucha feminista: es muy poderosa. Y es ejemplar”.
Para Navarrete, el cambio pasa necesariamente por “generar espacios de reflexión sobre las diferentes violencias a las que estamos expuestas las mujeres: sexismos, acoso callejero, violencia verbal, transfobia…. Ojalá en las escuelas se hablase más de estos temas y se sensibilice tanto a hombres como a mujeres. Necesitamos mesas de reflexión sobre nuevas masculinidades".
"Que a las mujeres se les informe sobre violencias y haya protocolos de atención, seguimiento y protección. También una política pública más radical contra las violencias de género, todas, no sólo las intrafamiliares. Y, sin duda, que esto empiece en casa, porque es ahí donde se da la primera sensibilización y reflexión sobre el respeto al cuerpo y a las personas”.