El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
PASEO DE PERROS
Cuando no tienes perro ni has convivido con ninguno, escucharles ladrar es un incordio sin paliativos. Todo ladrido te molesta, incluso llegas a pensar que el perro en cuestión está ladrando para hacerte la vida imposible a ti. Yo lo creí toda mi vida. Hasta que tuve perro, y descubrí que ladran para comunicarse. Que les gusta ladrar cuando pasa cerca de otros perros, así saludan e invitan al juego.
Paseas a tu perro, ladra, y alguien se te acerca a regañarte a ti. Eso pasa. Le habla al perro, pero te lo está diciendo a ti. “¡Cállate! ¡Qué te pasa! ¿Es que no te dan de comer? ¡Qué molesto! ¡Cállate!” Como contigo no va, porque se lo están diciendo al perro, tu piensas: “”Esperaré a que se pire este loco, espero que el perro cague pronto... y me subo pitando a casa...”.
Ladridos, detector de malrollismo
Predecir si tu perro va a ladrar no siempre es posible, te puede pasar en cualquier situación. Pasas al lado de un anciano con malas pulgas, el perro lo detecta, y le ladra. El anciano trata de darle un bastonazo a tu perro. ¿Qué haces?
Todo depende del tipo de personas que estén a la vez en la calle, porque estas situaciones generan un debate ciudadano. Si reprendes al anciano, quien esté alrededor podrá darte la razón a ti, o al anciano, y será un mecanismo democrático el que determine si el bastonazo era acertado o reprochable. Otra opción es salir pitando a casa.
Locales Pet-friendly
Tienes dudas de si en un local puedes entrar o no con el perro. Las zonas de la ciudad están muy delimitadas para esto. Los barrios hipsters son por definición pet-friendly. Los barrios cañís no. Y los barrios obreros: si le caes bien al dueño sí, si no no. A veces lo que vale en una calle, no vale en otra porque has traspasado una frontera no señalizada.
Te haces un ojeador profesional de los locales que tienen la pegatina “Perritos buenos, bienvenidos” (cafeterías, bares, panaderías, restaurantes...), pero hay locales que parecen hipsters, y que no lo son tanto, y te arriesgas a pasar a preguntar. No puedes lanzar una voz desde la puerta, y no vas a soltar a tu perro en medio de la calle. Atraviesas el local con el perro en brazos para no “manchar” y llegas al mostrador, preguntas “¿pueden entrar perros?”. La respuesta es no. Sales pitando.
Paseando a tu amigo, despertando miradas de ira
En la mayoría de los municipios españoles está prohibido pasear al perro sin correa. Así que tú paseas al tuyo con una extensible larguísima para que pueda corretear en zonas peatonales amplias.
A veces tu perro ve a otros perros, y se ponen a jugar, tu andas atento a la correa como si estuvieras pescando: cuanto más se mueve el perro más fuerza tienes que hacer para maniobrar.
Entonces tu perro y el otro se interponen entre alguien que pasea por la calle, y tu larga cuerda hace de barrera para esa persona: le impides el paso momentáneamente. Durante esos 5 segundos, esa mirada que te lanza el transeúnte a veces dura una eternidad. Hay miradas que fulminan, y en ese momento sabes que según esa persona, a ti no se te llevaría a una isla desierta. Opción: salir pitando.
Yo meo, tu meas, él mea…
Cuando vives en la gran ciudad sacar al perro para mear es complicadísimo. Porque nada más llegar a la calle el animal está pletórico por poder soltar todo lo que le sobra, pero tú sabes que justo debajo de tu casa hay una tienda de comida, y que los tenderos ya te han echado la bronca varias veces porque tu perro se mea en su acera. Tratas de tirar del perro nada más llegar a la calle para que corra contigo hasta la plaza, pero es imposible llegar, y al final mea en la puerta del siguiente local: una peluquería. Las peluqueras también te han echado la bronca varias veces porque se mea en su acera.
Varios comerciantes de tu calle te han recomendado que, cuando bajes al perro, camines por la carretera, aprovechando que es una calle tranquila donde no pasan muchos coches. Que el perro haga sus necesidades en el asfalto, y cuando ya esté desahogado, vuelvas a la acera. Y tu lo intentas.
Según pasan los días compruebas que probablemente muráis atropellados. Coches que parecía que se iban, dan marcha atrás contra ti cuando esperas a que tu perro mee sobre el alquitrán. Mientras, los taxis aparecen de la nada a toda velocidad… Y tu recogiendo una mierda del pavimento. Taxista: “¡Quita gilipollas!”. Y tu te quieres ir pitando a casa.
Kit de paseo: perro, bolsas de caca, agua, vinagre...
Ahora hay varios ayuntamientos, como el de Benalmádena en Málaga, que están dictando ordenanzas municipales que piden a los dueños de perros que limpien ellos mismos las aceras con agua, jabón o vinagre cada vez que su mascota haga sus necesidades.
Yo vivo en Madrid, en un barrio “de fiesta” donde todos los días y a todas horas paseamos por calles llenas de cristales rotos, y donde muchos de esos señores que se quejan del ladrido de mi perro detienen su paseo en ocasiones para resumir su vida, cogiendo impulso, saliva, y lanzando un gapo colmado que cae donde menos te lo esperas.