LA PELÍCULA 'ALANIS' ES UN RETRATO DE LA PROSTITUCIÓN EN BUENOS AIRES
‘Alanís’ fue la película más premiada del pasado festival de San Sebastián. Es un retrato crudo y sin aditivos de la prostitución en Argentina a través de la historia de una mujer a la que nadie obliga a prostituirse ni está controlada por las mafias. No trata de denunciar ni juzgar, tan solo es un retazo del día a día de una mujer con una vida difícil que prefiere trabajar la calle a realizar trabajos mal remunerados.
Muchas películas de ficción que involucran a trabajadoras del sexo tenían la costumbre de ser algo lúgubres, siendo algunas de sus primeras muestras dramas que rozaban el cine de explotación o, lo que es peor, la normalización paternalista a base de tópicos con coartada intelectual teórica, pueril e irreal de películas como ‘Princesas’. ‘Alanis’ es bastante refrescante al tratar el tema centrándose en la capacidad de lucha contra el pedregal cotidiano de su personaje central y, sin dejar de mostrar el lado más sórdido al que se debe de enfrentar, nos deja ver su vida más allá del dormitorio.
Anahí Berneri, quien recogió la concha de plata a mejor director en San Sebastián cuenta la historia de una prostituta de una manera sencilla, usando el punto de vista de observador, sin potenciar el drama con grandes tragedias o giros narrativos. A Alanis no la fuerzan de la misma manera que a otras, pero eso no evita que el espectador pueda ser perfectamente consciente de la vulnerabilidad de la joven ante cada hombre que se le acerca. No hace falta, tampoco, mostrar grandes escenas violentas para palpar el miedo y el riesgo ante cada posible nuevo cliente desconocido.
La película nunca se toma a la ligera su vida, y no tiene reparos en mostrar las dificultades de su trabajo, que van más allá de elegir al cliente equivocado o ponerse firme para evitar ser sodomizada sin consentimiento. También enseña visos de problemas territoriales con otras prostitutas, profilaxis, aceptación social y la lidia con los acuerdos sobre los servicios que realizará y el precio, a riesgo siempre de caérsele entre los dedos, como cuando uno de los clientes juega con ella con el porcentaje que se debe llevar ella y el precio de la habitación.
Berneri nunca la define por su trabajo, sino más bien por su capacidad de aguante y fortaleza frente a circunstancias difíciles. Su trabajo la convierte en una marginada o ser una marginada la lleva a su trabajo, pero la puerta está abierta durante todo el día, con lo que podemos ver que es mucho más que eso. En el trozo de su historia que vemos, entramos con ella en el piso que comparte con otra prostituta en el momento que la detienen, por lo que Alanis tiene que refugiarse con su tía durante unos días después de quedarse en la calle con un niño en brazos, un móvil y nada más.
Nada transcurre con un pulso dramático tradicional, sino que hay una voluntad casi documental que coge raíces en el espectador gracias a la intensa actuación central de Sofía Gala Castiglione. Su Alanis muestra dudas, confianza, reflexión, valentía, malas decisiones y resignación mientras avanza por una ciudad fría. No hay puntualizaciones, una escena va dando lugar la siguiente, sin más música que la incidental, dejándonos en una posición de voyeur de una vida ajena.
La posición de la cámara no suele variar, las tomas suelen ser abiertas, sin centrarse en primeros planos, sin diálogos con contraplano. Una intención naturalista que deja el sexo y los desnudos en la misma posición que cualquier otro momento del día a día. Vemos los pechos de Alanis en infinidad de ocasiones, siendo casi un símbolo de su maternidad y de su feminidad indisoluble, también su esperanza y su condena. Su hijo pide mamar constantemente, pero también es su arma más básica para atraer a los hombres, y esa dualidad queda explícita cuando un anciano chupa el mismo pezón del que se alimenta su bebé. Un irónico compendio del papel de la mujer para el hombre en la película, retratado desde la cuna a la muerte.
El encuadre de la película también se muestra dividido a menudo, para exponer una distancia entre la forma en la que el mundo ve a Alanis y cómo lo ve ella, a modo de dos espacios, una dualidad buscada que también muestra su situación de encierro en una jaula con barras que no se pueden percibir. El final es relativo y deja también una doble sensación, entre la capacidad de elección de la chica y el cuestionamiento de la voluntad real de su decisión por el contexto social.
La directora muestra una Argentina llena de flyers de chicas, una sociedad que amamanta el abuso de la mujer, una seguridad social con enormes agujeros. Todo sin condenar ni victimizar la prostitución, tan solo tomando una serie de momentos que nos dejan articular el resto del retablo nosotros mismos. Tan solo hace falta comparar el detalles como su reacción en la escena de sexo más explícita en la película o el contraste del dinero que recibe por limpiar y el que cobra por una sesión. Pequeñas pinceladas que dejan hacerse una idea de que el engranaje es mucho más grande y Alanis solo es una luchadora en medio de una ciudad árida, sucia y destartalada en la que la falta de oportunidades y la tradición patriarcal crean la ley y la trampa para los más desfavorecidos.